En casa de mi abuelo hay un cuartito adosado a la terraza que sirvió como sala de estudio a mis tíos y mi madre, de cuarto de los juguetes para nosotros los nietos y por último como trastero. Este puente mi madre ha venido a Madrid y estuvimos las dos el domingo haciendo una limpieza en profundidad del cuartito.
Ha aparecido de todo. Algunos de mis antiguos juguetes, dibujos de mi hermano y libros, libros de mi madre y mi tía que después heredé yo: Celia, Óscar, Heidi, Tom Sawyer y demás personajes que poblaron mis veraneos madrileños. Fotos en las que mi abuelo parece una estrella de cine de los años 40, fotos de mi abuela que me han hecho darme cuenta de cuánto nos parecemos, fotos de un bebé precioso con los mismos ojos de mi madre. Recuerdos de comuniones, bodas, bautizos y entierros.
Ha aparecido de todo. Algunos de mis antiguos juguetes, dibujos de mi hermano y libros, libros de mi madre y mi tía que después heredé yo: Celia, Óscar, Heidi, Tom Sawyer y demás personajes que poblaron mis veraneos madrileños. Fotos en las que mi abuelo parece una estrella de cine de los años 40, fotos de mi abuela que me han hecho darme cuenta de cuánto nos parecemos, fotos de un bebé precioso con los mismos ojos de mi madre. Recuerdos de comuniones, bodas, bautizos y entierros.
Y postales. En concreto las postales que mis padres enviaron a mis abuelos en la luna de miel: una crónica completa de dónde estuvieron, dónde pernoctaron, qué sitios visitaron y qué tiempo les hizo. Una postal por día de viaje, mandando noticias de su recorrido por León, Asturias y Galicia. Me hizo mucha ilusión encontrarlas en un cajón perdido, después de 32 años de ser escritas y enviadas.
Comprobé con sorpresa que casi todas las postales las escribió mi padre (estos abuelos eran sus suegros). Lo que no me sorprendió fue verlas escritas a pluma, como siempre ha escrito mi padre, con su letra picuda y profesional.
Me resultó enternecedor leer ciertas frases, tan inmediatas que parecían escritas ayer. Por ejemplo, mi padre empezó a darse cuenta en el viaje de la verdadera naturaleza de mi madre: "E. es como una lima: la frase que más veces dice a lo largo del día es "S., tengo hambre, ¿cuándo comemos?" ¡no para de comer!". Unas cuantas postales más tarde, mi padre escribe a sus suegros "E. dice que está engordando porque no paramos de comer... aunque en su caso no es verdad". Sólo pude reírme, porque eso aún hoy sigue siendo una característica de mi madre: come un montón pero sin engordar ni un gramo. Eso es algo que yo NO he heredado. Desgraciadamente. Jo.
Esas postales de la época pre-hijos de mis padres son una de las pocas cosas tangibles que quedan de esa época. Mi tío cuando era adolescente quemó toda la correspondencia de mi madre para que mi tía no la leyera. Tampoco había tanta facilidad para hacer fotos como ahora, así que no hay tantas. Todo lo que habría que contar está en la cabecita de mis padres y no se prodigan demasiado. Y no puedo evitar preguntarme cómo eran.
Cuando volví a casa, abrí mi caja, porque ¿qué quedaría de mí si ahora desapareciera? En la caja están mis fotos, las cartas que me enviaban mis amigas de Palma (¡Quelitas, aparecieron tus cartas!), cartas de pseudo amor (absolutamente vergonzantes), postales, felicitaciones, entradas de teatro, exposiciones y cine y, lo peor de todo, mis diarios.
Mis diarios: ese cúmulo de basura emocional. Lo peor de mí - drama, dudas, enfado, egoísmo, torpeza, desesperación, incomprensión, dolor - volcado en papel. Si alguien sin conocerme leyera esos diarios se llevaría la impresión extrañísima de mí, y no creo que precisamente buena. Lo peor es que yo no podría decir que no fuera fundada o falsa, porque todo aquello lo escribí yo como desahogo de los malos momentos, pero espero que fuera una visión sesgada. Espero ser algo más que toda esa montaña de basura emocional. Así que ahora estoy entre hacer una hoguera con ellos (pero hace demasiado calor en Madrid ya) y guardarlos en lo más profundo de algún cajón perdido y olvidarme de ellos... aunque me da pena, y tienen su función porque me permiten no olvidar cosas que no deben ser olvidadas. Ya veré qué hacer.
Volviendo al domingo por la mañana y al cuartito, fue agradable. Había muchas cosas sin sentido, pero abrías un cajón o apartabas un trasto de una estantería y aparecía algo que te llevaba de un salto a años atrás: un recetario hecho de niña por mi madre, la vieja máquina de escribir de mi abuelo, unas muestras de ganchillo de mi abuela o una red para los garbanzos hecha por ella. Pasamos un día de la madre llenando bolsas de basura, moviendo cacharros, haciendo viajes al contenedor... pero juntas, que es lo importante, y totalmente cubiertas de polvo y nostalgia.
Comprobé con sorpresa que casi todas las postales las escribió mi padre (estos abuelos eran sus suegros). Lo que no me sorprendió fue verlas escritas a pluma, como siempre ha escrito mi padre, con su letra picuda y profesional.
Me resultó enternecedor leer ciertas frases, tan inmediatas que parecían escritas ayer. Por ejemplo, mi padre empezó a darse cuenta en el viaje de la verdadera naturaleza de mi madre: "E. es como una lima: la frase que más veces dice a lo largo del día es "S., tengo hambre, ¿cuándo comemos?" ¡no para de comer!". Unas cuantas postales más tarde, mi padre escribe a sus suegros "E. dice que está engordando porque no paramos de comer... aunque en su caso no es verdad". Sólo pude reírme, porque eso aún hoy sigue siendo una característica de mi madre: come un montón pero sin engordar ni un gramo. Eso es algo que yo NO he heredado. Desgraciadamente. Jo.
Esas postales de la época pre-hijos de mis padres son una de las pocas cosas tangibles que quedan de esa época. Mi tío cuando era adolescente quemó toda la correspondencia de mi madre para que mi tía no la leyera. Tampoco había tanta facilidad para hacer fotos como ahora, así que no hay tantas. Todo lo que habría que contar está en la cabecita de mis padres y no se prodigan demasiado. Y no puedo evitar preguntarme cómo eran.
Cuando volví a casa, abrí mi caja, porque ¿qué quedaría de mí si ahora desapareciera? En la caja están mis fotos, las cartas que me enviaban mis amigas de Palma (¡Quelitas, aparecieron tus cartas!), cartas de pseudo amor (absolutamente vergonzantes), postales, felicitaciones, entradas de teatro, exposiciones y cine y, lo peor de todo, mis diarios.
Mis diarios: ese cúmulo de basura emocional. Lo peor de mí - drama, dudas, enfado, egoísmo, torpeza, desesperación, incomprensión, dolor - volcado en papel. Si alguien sin conocerme leyera esos diarios se llevaría la impresión extrañísima de mí, y no creo que precisamente buena. Lo peor es que yo no podría decir que no fuera fundada o falsa, porque todo aquello lo escribí yo como desahogo de los malos momentos, pero espero que fuera una visión sesgada. Espero ser algo más que toda esa montaña de basura emocional. Así que ahora estoy entre hacer una hoguera con ellos (pero hace demasiado calor en Madrid ya) y guardarlos en lo más profundo de algún cajón perdido y olvidarme de ellos... aunque me da pena, y tienen su función porque me permiten no olvidar cosas que no deben ser olvidadas. Ya veré qué hacer.
Volviendo al domingo por la mañana y al cuartito, fue agradable. Había muchas cosas sin sentido, pero abrías un cajón o apartabas un trasto de una estantería y aparecía algo que te llevaba de un salto a años atrás: un recetario hecho de niña por mi madre, la vieja máquina de escribir de mi abuelo, unas muestras de ganchillo de mi abuela o una red para los garbanzos hecha por ella. Pasamos un día de la madre llenando bolsas de basura, moviendo cacharros, haciendo viajes al contenedor... pero juntas, que es lo importante, y totalmente cubiertas de polvo y nostalgia.
Buena y original forma de celebrar el dia de la madre. Estos viejos desvanes esconden partes importantes de nuestra vida y de los que nos precedieron, y agradables sorpresas. biquiños
ResponderEliminarme has hecho llorar como una madalena. Ojala pudiera hacer lo mismo.
ResponderEliminarYo tambien abro cajas, lleno cajas, guardo cajas en el trastero y tiro cajas de cosas al contenedor.
Pero son SUS cosas. y ella ya no está para hacerlo conmigo.
Espero que disfrutes de muchisimos dias como ese. y que como hoy sepas lo que valen.
Sólo he hecho verdaderas limpias de cosas de mi pasado (cartas, fotos) cuando estaba en épocas de verdadero torbellino emocional y ni aún así he destruido todo aquello que podría por no tener ya razón de conservación real: aún conservo cartas de personas a las que no veo desde hace ocho años por... no sé por qué.
ResponderEliminarCon el tiempo los sentimientos se apagan y lo que puede provocarte dolor, vergüenza, añoranza o nostalgia se queda en un ruido de fondo y una especie de tristeza apagada pero profunda (algo así como un japonés triste). No sé por qué pero lo de "qué quedaría de mí" me ha recordado a unas líneas de Yukio Mishima en el Pabellón de Oro:
Los demás son algo así como testigos. Si no existieran, no conoceríamos la vergüenza.
Misia,
ResponderEliminarqué post más bonito!!! Y que sepas que yo todavía guardo tus cartas (en especial la primera en la que haces una autorretrato a boli de cuerpo entero describiendo cómo te desenvuelves como maruja! aish! Qué recuerdos!)
Besos.
Fdo.: Quelitas
Por favor, no tires nada...Hay dos razones o tres: los recuerdos se van transformando con el tiempo (tenerlos escritos nos los devuelven como eran); si algún día tienes una hija y has olvidado cómo eras a su edad, releerás tus diarios y pensarás que TODO es igual que antes (nada de "los niños de ahora" y "en mis tiempos"...); acabas de afirmar que te gustaría saber cómo eran tus padres, lo mismo les pasará a tus hijos: deja que te encuentren en los papeles amarillos.
ResponderEliminarYo llegué hace un tiempo, observando a una parte de mi seudofamilia, a la conclusión de que una -más- de las cosas que diferencian a ricos y pobres es el espacio.
ResponderEliminarEllos tienen sitio para guardar, y lo convierten en "patrimonio".
También es cierto que esas mismas cosas se convierten en rémoras y los vuelven rancios...
Por otra parte, ojala yo fuera capaz de pasar un día así con mi vieja y ser feliz.
Misia, cómo he entendido los sentimientos que aquí has expresado de esos recuerdos que pasaron en un momento ante tus ojos.
ResponderEliminarAdemás he encontrado mucha similitud de tu experiencia con algo que me pasó junto con mi hermana rebuscando hace poco en un trastero y que ya conté en mi blog.
Un saludo (y no tires jamás tus diarios)
Rivela, sí, fue un día curioso pero muy agradable.
ResponderEliminarAnónimo, vaya, lo siento. Lo importante al final no son las cosas, sino haberlas disfrutado con ellos, ¿verdad?
Illuminatus, tienes razón... aunque creo que no ha pasado el suficiente tiempo para mí en ciertos aspectos para sentirlo como ruido de fondo. Será cuestión de darle aún más tiempo al asunto, jeje. Bonita cita.
¡Quelitas, aún me acuerdo de esa carta, jaja!
MariaJesusParadela, tienes razón... aunque creo que jamás permitiría que mis hijos (ni nadie) leyera esos diarios. Pero son en parte mi memoria, mi referente para no cometer los mismos errores.
Lector, jiji, ¡entonces mi patrimonio cabe en una caja!
JuanRa Diablo, ¡sí, lo leí! por cierto, en un par de días voy a colgar un post que es posible que te haga gracia por un detalle.
Diarios adolescentes!! ¿por qué, por qué me has hecho recordar éso?
ResponderEliminarMe gustaba Agustín (gran nombre, sí) y cada día en mi diario empezaba con una de las siguientes frases:
- " Hoy... le he visto"
- "Hoy... no le he visto"
Joajoajoajoa!!! Malditas hormonas...