No sé si recuerdan mi post sobre la ola de pena, ese tsunami emocional que me cae encima cada mes de septiembre. Si no lo recuerdan y no quieren leerlo pueden creerme sin más, que para entender lo que sigue sólo es necesaria una pequeña dosis de empatía.
Este otoño ha traído un montón de cambios y cosas: casa nueva, primera ola de pena de mi independencia, primer otoño sin comprarme mil pares de zapatos (porque el sueldo va primero para pagar el alquiler y luego para los caprichos de mis pies), cambio de jefe y prácticamente de rumbo, y primera posesión paranormal.
Todo empezó una cálida tarde de septiembre. Había invitado a unos amigos a casa, y como normalmente habían visto el piso “de aquella manera” me puse a limpiar. Tenía un plumero estupendo, el aspirador que me había prestado Zarajota, lejía, la fregona villeda, el tenn con bioalcohol y olor a pino, el cristasol… Me puse a ello, pasando la aspiradora por dentro de los sofás –sospecho que por primera vez en su historia– y me encantó el resultado.
Llegaron mis amigos, nos instalamos por los sofás impolutos… y volqué un bol de palomitas con mantequilla en el suelo del salón.
Esto debería haberme enseñado la futilidad de limpiar a fondo cuando una es vocacionalmente torpe. Pero no fue así, claro. Porque allí estaba Misia.
Yo aprovechaba para hacer autoescarnio de mi tarde de limpieza cuando ella me preguntó:
-¿Ya has empezado a lavar los visillos compulsivamente? No te preocupes, el problema no se descontrola hasta que te das cuenta de que estás limpiando las rayas del suelo con un cepillo de dientes.
-¿Las rayas del suelo? ¿Qué rayas del suelo?, dije yo. Y entonces las vi. Ahí estaban. Mi suelo es blanco, las rayas entre las baldosas NEGRAS. Y, ¿saben qué, amigos? Una vez que ves las rayas, NUNCA DEJAS DE VERLAS.
Ese día me poseyó el espíritu de Mónica Geller-Bing. A partir de ese momento, toda mi inquietud fueron los visillos y esas p**as rayas. Lavé los visillos. Parece fácil, pero donde hay visillos, amigos, hay miles ganchitos que los mantienen unidos a la barra o parte corrediza equivalente. NO es fácil.
Después de los visillos pasé a las rayas. Eso sí, lo del cepillo de dientes me parecía un poco excesivo hasta para Mónica, así que consulté con otra de mis gurús y cobloggers, LaPerri, que me dijo las dos palabras claves del asunto: Cilit Bang. Sí, el potingue del anuncio que dicen que puede con todo, y que metes una moneda y te la deja como recién salida de la fábrica de moneda y timbre, o del taller de los chechenos… LaPerri me dijo que con un bote de eso limpió ella toda la porquería atrincherada durante años detrás de una nevera. Y yo en LaPerri confío ciegamente.
No he probado lo de la moneda, pero gracias a google he leído escalofriantes testimonios como el que sigue:
“Lo primero que hice fue probar lo de la moneda: se quedo aun más negra. Ya me hizo sospechar, pero en fin, lo que tiene que limpiar es mi casa, no una moneda”
En fin, no intenten lo de la moneda en sus casas. En cuanto a mí y mis rayas, una tarde me decidí. El procedimiento era el siguiente: cubrir las rayas del suelo con esprai rosa, dejar actuar, frotar un poco con un estropajo, retirar el mejunje negro con la fregona. A la hora y media sólo llevaba medio salón.
Y en esto llegó R., ese compañero de piso al que debería ponerle un altar como el de Antoñita porque, según Sark y Efe, tiene el cielo ganado tras seis meses de convivencia. Llegó R., digo, con su novia, otra amiga y el perro de ésta (Murfi, el cocker más mono del mundo).
Imagen: Be con camiseta de tirantes y microshorts (que no es precisamente la prenda que mejor me sienta), con el culo en pompa, guantes de goma, y el cilit bang en una mano y el estropajo en la otra. Y su-do-ro-sa.
Ellos se piraron al rato, y a mí se me acabó el cilit bang al terminar el salón (señores commentaristas que conocen mi casa, háganme el favor de calcular el área de mi salón para hacer una estadística de metros cuadrados por botella). Eso me salvó.
Paré ahí y a las p**as rayas del pasillo me limité a insultarlas mientras las fregaba con saña y lejía. Queridos lectores y commentaristas, el líquido mágico también es un líquido maligno: a pesar de los guantes de goma, durante una semana mis manos parecían estar en carne viva. No quiero ni imaginarme, si llego a limpiar las rayas de toda la casa.
Hay cosas serias en la vida, cosas que traumatizan, por eso no he podido contarlo antes. Ahora expongo mi trauma a lectores y commentaristas, porque tengo miedo. Desde entonces me he comprado mi propio aspirador (que ya os presenté posts atrás, al final lo he llamado R2) y mis ojos se dirigen cada vez con más frecuencia al maldito punto en que el cilit bang se terminó y las rayas blancas se vuelven negras.
Hoy he entrado en los chinos de mi barrio y he comprado un bote del mejunje del infierno. Que alguien me pare. En serio.
Este otoño ha traído un montón de cambios y cosas: casa nueva, primera ola de pena de mi independencia, primer otoño sin comprarme mil pares de zapatos (porque el sueldo va primero para pagar el alquiler y luego para los caprichos de mis pies), cambio de jefe y prácticamente de rumbo, y primera posesión paranormal.
Todo empezó una cálida tarde de septiembre. Había invitado a unos amigos a casa, y como normalmente habían visto el piso “de aquella manera” me puse a limpiar. Tenía un plumero estupendo, el aspirador que me había prestado Zarajota, lejía, la fregona villeda, el tenn con bioalcohol y olor a pino, el cristasol… Me puse a ello, pasando la aspiradora por dentro de los sofás –sospecho que por primera vez en su historia– y me encantó el resultado.
Llegaron mis amigos, nos instalamos por los sofás impolutos… y volqué un bol de palomitas con mantequilla en el suelo del salón.
Esto debería haberme enseñado la futilidad de limpiar a fondo cuando una es vocacionalmente torpe. Pero no fue así, claro. Porque allí estaba Misia.
Yo aprovechaba para hacer autoescarnio de mi tarde de limpieza cuando ella me preguntó:
-¿Ya has empezado a lavar los visillos compulsivamente? No te preocupes, el problema no se descontrola hasta que te das cuenta de que estás limpiando las rayas del suelo con un cepillo de dientes.
-¿Las rayas del suelo? ¿Qué rayas del suelo?, dije yo. Y entonces las vi. Ahí estaban. Mi suelo es blanco, las rayas entre las baldosas NEGRAS. Y, ¿saben qué, amigos? Una vez que ves las rayas, NUNCA DEJAS DE VERLAS.
Ese día me poseyó el espíritu de Mónica Geller-Bing. A partir de ese momento, toda mi inquietud fueron los visillos y esas p**as rayas. Lavé los visillos. Parece fácil, pero donde hay visillos, amigos, hay miles ganchitos que los mantienen unidos a la barra o parte corrediza equivalente. NO es fácil.
Después de los visillos pasé a las rayas. Eso sí, lo del cepillo de dientes me parecía un poco excesivo hasta para Mónica, así que consulté con otra de mis gurús y cobloggers, LaPerri, que me dijo las dos palabras claves del asunto: Cilit Bang. Sí, el potingue del anuncio que dicen que puede con todo, y que metes una moneda y te la deja como recién salida de la fábrica de moneda y timbre, o del taller de los chechenos… LaPerri me dijo que con un bote de eso limpió ella toda la porquería atrincherada durante años detrás de una nevera. Y yo en LaPerri confío ciegamente.
No he probado lo de la moneda, pero gracias a google he leído escalofriantes testimonios como el que sigue:
“Lo primero que hice fue probar lo de la moneda: se quedo aun más negra. Ya me hizo sospechar, pero en fin, lo que tiene que limpiar es mi casa, no una moneda”
En fin, no intenten lo de la moneda en sus casas. En cuanto a mí y mis rayas, una tarde me decidí. El procedimiento era el siguiente: cubrir las rayas del suelo con esprai rosa, dejar actuar, frotar un poco con un estropajo, retirar el mejunje negro con la fregona. A la hora y media sólo llevaba medio salón.
Y en esto llegó R., ese compañero de piso al que debería ponerle un altar como el de Antoñita porque, según Sark y Efe, tiene el cielo ganado tras seis meses de convivencia. Llegó R., digo, con su novia, otra amiga y el perro de ésta (Murfi, el cocker más mono del mundo).
Imagen: Be con camiseta de tirantes y microshorts (que no es precisamente la prenda que mejor me sienta), con el culo en pompa, guantes de goma, y el cilit bang en una mano y el estropajo en la otra. Y su-do-ro-sa.
Ellos se piraron al rato, y a mí se me acabó el cilit bang al terminar el salón (señores commentaristas que conocen mi casa, háganme el favor de calcular el área de mi salón para hacer una estadística de metros cuadrados por botella). Eso me salvó.
Paré ahí y a las p**as rayas del pasillo me limité a insultarlas mientras las fregaba con saña y lejía. Queridos lectores y commentaristas, el líquido mágico también es un líquido maligno: a pesar de los guantes de goma, durante una semana mis manos parecían estar en carne viva. No quiero ni imaginarme, si llego a limpiar las rayas de toda la casa.
Hay cosas serias en la vida, cosas que traumatizan, por eso no he podido contarlo antes. Ahora expongo mi trauma a lectores y commentaristas, porque tengo miedo. Desde entonces me he comprado mi propio aspirador (que ya os presenté posts atrás, al final lo he llamado R2) y mis ojos se dirigen cada vez con más frecuencia al maldito punto en que el cilit bang se terminó y las rayas blancas se vuelven negras.
Hoy he entrado en los chinos de mi barrio y he comprado un bote del mejunje del infierno. Que alguien me pare. En serio.
Yo le pararía, en serio.
ResponderEliminarPero estoy cardíaco por lo de la imagen que describe con detalle en su post. Lo siento, no puedo hacer nada más que permanecer boqueando en mi asiento.
Yo una vez limpié vestido de superhéroe. Desde entonces pago para que lo haga otro.
ResponderEliminarY soy más feliz.
Para esas rallas malignas lo mejor es la Vaporetta. Es un cacharro caro, tengo entendido, pero si mi memoria no me engaña, usted tiene a quien pedirselo prestado. Y si le dicen que no, enseñe una foto de sus manos en carne viva (o de un vietnamita afectado por el Agente Naranja, para el caso...) que seguro que cede.
ResponderEliminarPues a mi me parece maligno lo q te hizo Misia. Es como si te mentan el polvo del alfeizar de la puerta o de encima de las estanterias y armarios, la grasilla de detras de los electrodomésticos de la cocina, los misterios ignotos de lo q hay debajo, detras o encima de los muebles q no se mueven, que pases una uña por la base del lado de la bañera, las sustancias q habitan con nosotros en el sifón del baño, o en el codo del "trono" o todos los codos de los grifos de la casa, lo q se esconde de verdad en las esquinas del techo de muchas habitaciones, o muchas otras cosas.
ResponderEliminarUna casa si se usa, se ensucia. No es excusa para ser guarro, pero si q hay q encontrar un equilibrio.
No te ralles (literalmente en este caso) A lo mejor la expresión viene de alguien al q le pasó esto mismo y le encontraron con el cepillo de dientes en la acera limpiando.
Despues de leerme me doy cuenta q yo tambien soy maligno.
ResponderEliminarLo mejor es una alfombra, no limpia pero tapa, y ojos que no ven... rayas que campan a sus anchas
ResponderEliminary sino, tarima flotante, mas cara a corto plazo pero se limpia en 5 minutos...
yo es que soy mas rachel o phoebe, como ves
Con un cepillo de dientes no, pero con un pincelito sí que he tenido que pasar un par de veces las rayas del baño. Eso sí, el Baldosinín que usaba yo como mucho te dejaría la moneda blanca
ResponderEliminar>Una vez que ves las rayas, NUNCA DEJAS DE VERLAS.
ResponderEliminarA mi no me engañas. Este post es una metafora sobre el consumo de drogas esnifadas.
A saber que haces en realidad con el Cilit Bang ese...
La gran pregunta es ¿por qué nos da por limpiar?
ResponderEliminarPerlita se pone nerviosa cuando me da un chungo y me encuentra con la lejía a las doce menos cuarto de la noche...
¡No! ¡No debe ser parada! Debe seguir restregando el suelo en paños menores, sudando y jadeando por el esfuerzo hasta que...
ResponderEliminarCreo que voy a darme una ducha fría, ahora vuelvo.
Te entiendo perfectamente. A mi me entran posesiones 'monica' una vez al mes, mas o menos, de esas en las que piensas: 'voy a pasar la escoba' y acabas blanqueando las rayas de los azulejos del baño.
ResponderEliminarY en mis primeros tres meses de independencia, la posesión fue total, asi que... hay esperanza!
Yo también usé el Baldosinín, pese que, en mi adolescencia, cuando mi madre se quejaba de que no limpiaba suficiente, le decía: "limpiar es cambiar la suciedad de sitio"
ResponderEliminar> Be con camiseta de tirantes y microshorts (que no es precisamente la prenda que mejor me sienta)
ResponderEliminarEso sí que no me lo creo
Zhalim, Achab, son ustedes tremendos, no sé qué... ah, er... claro. Para compensar intenten visualizar a Efe limpiando vestido de superhéroe.
ResponderEliminarEfe, cuanto pagas para que te limpien la casa con un disfraz de superhéroe?
Hombre Malo, va a tener que ser el Agente Naranja, porque he exagerado un poco, vaaaaaaaaaaale. Lo que me pasó en las manos es que se pelaron enteritas, las tenía muuuy secas y me tenía que poner cremita todo el rato o dolían. Snif! Y mi madre es psicóticamente posesiva con su vaporeta...
Voro, yo se lo agradezco infinitamente a Misia, porque yo ando descalza por casa, ¿sabe? Y esas rayas son un nido de... de... de cosa negra. Hay que hacerlas desaparecer!!! Usted sí que es maligno, sabe?
Eva Luna, tengo la alfombra en el tinte desde hace como dos meses... Se me olvida!!!
Abe, me recomiendas que me pase del Cilit Bang al Baldosinin? Me lo estoy pensando, ahora que he conseguido uno de mis propósitos de año nuevo: "dejar de morderme las uñas por cuarta vez". El Agente Naranja va fatal para la manicura. (Por cierto, quédate a dormir cuando quieras!!)
Tou, el Cilit Bang es como una espumita rosa abrasiva. Ni los niños de la calle de Brasil se meten eso por la nariz, guapín. ;)
Gatito, no lo sé, pero debe ser la sensación de control... Para los ataques de ansiedad suaves yo recomiendo fregar los platos: ver cómo se van quedando limpios, poco a poco, porque yo quiero... Mónica, vuvlve a tu cueva!!!
HappyHamsterHop, tú crees que es hormonal? Crees que hay solución? Debería comentárselo a mi ginecóloga? Dudas, dudasss... (No estoy segura de si ya has commentado antes, pero por si acaso: quédate a dormir cuando quieras!!!)
Zirie, jo, y la tuya se lo tragaba? La mía me decía "eso es que lo haces mal"...
ResponderEliminarEme, XD este comment no sé de que tiene más, si de raca o de trampa para que te enseñe cómo me quedan... Venga, va, este verano, en alguna fiesta en la terraza, si eres bueeeeeeeeno. XDDDDD
Pues no sé, no he probado el Cilit Bang. El Baldosinín es una especie de pintura. Lo malo es que no dura mucho (no quitas la roña). Lo bueno es que no es un ácido corrosivo que devora la carne :)
ResponderEliminarAbe, mmmm... puedo usar primero el ácido corrosivo, luego retiro los restos con la vaporeta y cuando se seque aplico el pigmento blanqueante. Planazo!
ResponderEliminarA mí una vez me pasó lo mismo, pero dado que mi vida se ha regido, se rige y se regirá por la sacrosanta ley del mínimo esfuerzo, decidí coger hollín de la chimenea de mi abuelo para oscurecer las baldosas (cuánto me quería mi abuelo antes de aquello...)
ResponderEliminarSomo, ¡te imagino como un pequeño teletubbie tiznado de la cabeza a los pies en plan Mary Poppins!
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