lunes, noviembre 29, 2010

Castigo ejemplar

El viernes por la mañana hice un examen de Historia Medieval a una de mis clases de 2º de la ESO. Ese grupo en concreto es una gozada: atienden en clase, todos quieren participar, leer y corregir los ejercicios y me hacen preguntas (bueno, todos los grupos me hacen preguntas, pero lo raro es que estos hacen algunas que no son "¿cuánto falta?" o "¿puedo ir al baño?"). Yo estoy encantada, aunque voy un pelín retrasada en el temario porque se han flipado con los caballeros, las Cruzadas, los campesinos explotados y la poca higiene medieval y he tenido que responder bastantes preguntas.

Como decía, el viernes les hice un examen. Les dije que si hacían muchas faltas de ortografía les quitaría puntos, así que empezaron a freírme con preguntas. A mitad del examen, un alumno me pregunta:

- Profe, ¿excomunión es con x o con s? - excomunión era una de las respuestas del examen.

- ¡MARIO! ¡Cállate! ¡como vuelvas a decir algo en alto, te quito un punto del examen o algo así!

A los cinco minutos:

- Profe, barbecho va con b, con v, primero con b y la segunda con...

- ¡MARIO! TE DIJE QUE CALLARAS, ¿QUÉ HAGO CONTIGO AHORA?

Ahí saltaron el resto de sus compañeros:

- ¡Profe, córtale la lengua!

- ¡No, mejor rómpele los dedos con unas tenazas!

- ¡Al sarcófago con pinchos!

Vaya. Creo que me pasé hablándoles del apartado "torturas medievales".

viernes, noviembre 26, 2010

El ramo de la novia

Sé que vuelvo con un post muy triste y sentimentaloide (si estáis bajos de ánimos, no sigais leyendo). Pero lo tenía atascado en la garganta y no me salía escribir nada más. Supongo que necesitaba soltarlo para poder seguir con otras cosas. Perdón por la tristeza.

- Misia, ¿qué vas a hacer con el ramo? - me preguntó una invitada a mi boda, mirándolo con ojos golosos - ¿lo vas a lanzar?

- El ramo ya tiene dueña – y sonreí. Pero creo que me salió una sonrisa muy triste.

Porque mi ramo tenía dueña y una historia un poco triste detrás. Hace mucho tiempo, unos quince años atrás, hice una promesa a alguien, que se materializó en ese ramo.


El día que cumplí diecisiete años llegué a Madrid para estudiar COU y la carrera. Los dos primeros años viví en casa de mis abuelos maternos. El primer año fue duro: tuve que acostumbrarme a una nueva ciudad, a un nuevo instituto y a la universidad, habituarme a estar separada de mis padres, de Hermano y de mis amigos y, además, hacer nuevas amistades (cosa que era un triunfo, porque yo era muy tímida). Ese año fue duro, además, porque comprobé como las “grandes” amistades que dejé en Palma se diluían y que sus promesas de escribirme y mantenernos en contacto se olvidaban con el pasar de las semanas (todas... nooo, ¿verdad, Quelitas?). Ese año me sentí muy sola.

Lo mejor de ese año fue vivir con mis abuelos. Puede que fuera una cría de diecisiete años rara, pero me gustaba estar con ellos y no fue difícil convivir. Desde pequeña pasabamos juntos largas temporadas en Palma o en Madrid y les adoraba. Como no conocía prácticamente a nadie en Madrid, pasaba mucho tiempo en casa con ellos. Ese año hablé horas y horas con mi abuela E. Ella era una mujer increíble, una de las mejores personas que he conocido: fuerte, noble, risueña, cariñosa. Cuanto más la conocía más la admiraba y más quería parecerme a ella.

Nos reíamos mucho juntas y fuimos estableciendo algunas costumbres: veíamos la telenovela después de comer, iba enseñándome a cocinar y por las tardes escuchábamos juntas la radio, mientras yo leía y ella cosía o hacía ganchillo. Porque durante ese año y el siguiente, mi abuela fue haciéndome el ajuar: unas toallas con puntillas de ganchillo, una colcha, unos pañitos... Era estupenda con la costura (fue su profesión de jovencita) y tenía unas manos maravillosas. Un día, mientras ella cosía y yo vagueaba en el sofá, estuvimos viendo por la tele la boda de la infanta Elena. No recuerdo bien si la dichosa infanta fue a ofrecerle el ramo a la virgen o a su abuela, pero la mía se quedó callada y me dijo:

- Hija, qué bonito, que se acuerda de su abuela el día de su boda y le lleva las flores.

Yo me quedé callada y al par de minutos le dije:

- Abuela, si alguna vez me caso, mi ramo será para ti.

Y ahí se quedó la cosa. No sé si ella se acordaría de aquello, porque no lo volvimos a mencionar, pero a mí se me quedó grabado.


El siguiente año iba camino de ser igual al primero, pero con un cambio: ¡mi primer año en la Universidad! Ese era la novedad esperada, pero hubo una realmente imprevista: el cáncer entró en los pulmones de mi abuela y lo cambió todo. Trastocó nuestras rutinas y, donde el año anterior había charlas en la cocina, siestas en el sofá o partidas de cinquillo por las tardes, ese año sólo hubo ingresos hospitalarios, radioterapia, ambulancias y síntomas horribles. Y mucho dolor. Lo peor eran las noches. Mi abuela se levantaba, desvelada por aquella tos horrible, y se sentaba en un sillón del salón. Yo la escuchaba toser desde la habitación, acostada en la cama. Y así pasábamos las noches despiertas, ella con los pulmones destrozados y yo con el corazón encogido.

En el comienzo de mi segundo curso de la universidad, después de un año y pico de dolor y mala vida, mi abuela murió. Yo empecé a vivir sola y continuó mi vida. Pero mucho más sola.

Por eso, mi ramo de novia tenía dueña. Siempre tuve presentee esa conversación. Elegí rosas blancas, que nos gustaban mucho a las dos. Y me acordé de ella cada vez que miré el ramo, así que estuvo presente de alguna forma en mi boda.

Al día siguiente de la boda, el domingo, volvimos mi marido y yo (suena rarísimo) de la Ciudad Lluviosa y sin pasar por casa pasamos por el cementerio en el que está enterrada mi abuela. Llegamos justos, una hora antes de que cerraran. Cuando llegamos preguntamos al guardia de seguridad dónde podríamos encontrar un panel de información o alguien que atendiera:

- Lo siento, hoy es domingo. Nadie informará hasta mañana.

- Pero ¿no hay un panel por fecha de enterramiento ni nada?

- Qué va, está todo desordenado. Como la gente se entierra, se desentierra, se ponen por calles salteadas... si no tiene el número de calle y de zona, olvídese. Es un laberinto. Entren a probar, pero cerramos en cincuenta minutos.

Se me cayó el alma a los pies. Al día siguiente salíamos de viaje muy temprano y no podíamos ir. Me encontré en ese cementerio, inmenso, sin tener ni idea de dónde estaba enterrada mi abuela, con el ramo de novia en la mano y rodeada de miles de tumbas, distribuidas en inmensas calles y feísimos bloques. Hacía años que no había estado ahí y, aunque me acordaba de detalles aislados, no sabía concretamente dónde estaba la tumba. Llamé a mi madre, a mi tío, a mi tía y a todo el que pudiera acordarse de un dato concreto. Nada: todas las referencias estaban apuntadas en sus casas, a kilómetros de distancia de donde estaban.

Era imposible encontrarla, pero hicimos un intento. Acompañada por mi Anómalo, fui recorriendo una interminable sucesión de lápidas, buscando una fecha y un nombre entre miles de ellos. Me fui desesperando y acabé corriendo con mi ramo en la mano en ese escenario triste, mientras los lagrimones se me caían y apenas podía leer los nombres en las tumbas. Sí, lo sé: una escena patética. Y a la vez flagelándome mentalmente: ¡cómo pude no ir antes a localizar la tumba de nuevo! ¡cómo podía estar fallándole a mi abuela de esa manera!

Nuestros cincuenta minutos acabaron y tuvimos que salir del cementerio, aún con el ramo, sin haber cumplido mi promesa y llena de tristeza y remordimientos. Mi padre me llamó para decirme que me quedara tranquila, que ellos llevaban el ramo... pero no era lo mismo. Para mí no era lo mismo.

He intentado consolarme: me digo que en esa tumba no hay más que unos cuantos huesos y unas maderas podridas, que mi abuela no es eso. Que mis padres llevaron el ramo y acabaron cumpliendo mi promesa. Que total, el ramo no se lo di a nadie y lo reservé para ella. Pero... cuando lo pienso se me pone un nudo en la garganta que no se me va ni con todos los razonamientos del mundo.

viernes, noviembre 05, 2010

La boa

He empezado un montón de veces un post sobre la boda. Pero siempre me queda aburrido, o soso, o empalagoso, o... vamos, que no le encuentro el tono al asunto. De todas maneras, unas cuantos bloggueros se han encargado de narrarlo por mí (muchas gracias, nenes, por todo), así que os podéis hacer una idea completa:

- Rebi cuenta el desafío beta colateral a la boda. No tenía mucha fe, niño, con tan poco tiempo... pero ahí estás, con tu flamante carnet nuevo y dispuesto a transportar gatos borrachos. ¡Enhorabuena!

- El previo de la boda, con momento peluquería, lo cuenta Perlita. Lo importante es que por la noche estabas guapísima. Y cómo me alegró que me le dieras el aprobado al rape.

- La crónica extensa la dejamos en manos de Gato. Mil gracias por ser la cronista oficial y por todo. ¿Te dije que me encantó cómo ibas vestida? Estilazo, por dios.

- Speedygirl nos hizo una recopilación de los momentazos. Nena, mil gracias. Cuando aparezcas por la capital nos tomamos un café y comentamos las jugadas.

- Adalias narró Su Incidente. Yo sólo puedo decir que pareciste la Hormiga Atómica en cuanto a velocidad. Nada inadecuado fue avistado, y eso que yo estaba en un sitio privilegiado. Estabais guapísimas y bailasteis muy bien.

- Miss X ha escrito algo precioso. Nunca olvidaré nuestro viaje de ida. Lofyu.

Yo me veo incapaz de contar algo coherente y que no sea un ladrillo. Lo intentaré con un par de impresiones sueltas y un poco deslavazadas:

- El mundo de las novias es extraño. Y digo de las novias porque parece que en cuanto sabes que te vas a casar y empiezas los preparativos entras a formar parte de un colectivo especial: Las Novias. Parece ser que todas estáis unidas solidariamente en una nube de tul e histerismo. Después de entrar en varios foros de novias y leer ciertas revistas, comprobé que sigue campando por ahí esa idea de que el día de tu boda tiene que ser el día más feliz de tu vida y que conseguirlo justifica cualquier cosa. Todo tiene que estar milimétricamente medido, cualquier gasto está justificado para alcanzar la perfección y nada puede salir mal... y eso es una presión insoportable. No me extraña que ciertas novias se pongan tensas: si la boda va a ser el día más especial de tu vida y a partir de entonces todo es una cuesta abajo hacia el abismo, ya te puedes obligar a ser súperfeliz en esas horas cumbre de tu vida. Yo dejé de entrar en foros y de hojear ciertas revistas, me negué a ponerme nerviosa y me lo tomé todo con la mayor placidez posible y la siguiente filosofía: nosotros preparábamos todo intentando que todo saliera bien, pero con la convicción de que muchas cosas podían pasar y que eso no estaba en nuestra mano. Y que íbamos a pasárnoslo genial pero sin la obligación de ser súper felices de la muerte envueltos en la nube de la perfección.

- Los preparativos pueden ser agradables si no te los tomas con mucha ansiedad ni un nivel de exigencia muy elevado. Disfruté eligiendo el vestido, el sitio, las flores, preparando el baile con Anómalo, haciendo el vídeo que fue nuestra invitación, en el menú degustación, hablando con la gente. Pero si todo lo que buscas es especialísimo porque tienes una idea hecha en tu cabeza sobre todos los detalles de tu boda y sólo puedes estar conforme si consigues eso en concreto... puf. Estupendo, pero te va a salir más caro, vas a perder mucho tiempo y te vas a llevar muchos disgustos.

- Intentamos que la boda fuera nuestra boda y personalizarla con las cosas que nos gustan: cine, humor, baile, música, poesía. Añadimos a la gente a la que queremos y tuvimos la mezcla perfecta. Creo que quedó una boda divertida y emocionante y que la gente se lo pasó muy bien. Yo, personalmente, me lo pasé genial. Comí, bebí, bailé y me reí como la que más y disfruté como una enana. Enfangándome totalmente en el tópico puedo decir que fue un día muy especial, maravilloso y quizás uno de los más felices de mi vida (aunque eso ya os lo confirmaré cuando haga el repaso de mi vida, el día que me muera). Dentro de unos días tendré las fotos, procuraré añadir algún testimonio gráfico y contaros algo más concreto.

jueves, noviembre 04, 2010

Una cosa nueva que hacer en el ascensor

(en referencia a este jurásico post)

"Ya sé que tengo que volver a escribir, pero es que creo que lo de los ascensores es una tontería." "No hay temas tontos, sólo posts mal escrito. Es como con la peli de Facebook: esa gente hubiera podido hacer un peliculón aunque fuera sobre la salsa boloñesa." "¿Estás diciendo que soy el Aaron Sorkin de los blogs?" "Mmmsip. ¿Cuánto lleva Aaron Sorkin sin hacer una serie?" (Gracias a Efe por el empujoncito)

Me dispongo a hacer un experimento. Consiste en hacer una cosa repetidas veces durante una semana, anotar los resultados y, pasado ese tiempo, extraer conclusiones. Pero empecemos por el principio.

Trabajar en la tele tiene cosas buenas y cosas malas. Una que se puede meter en ambos grupos es el apartado chapa y pintura. Yo llego con la cara lavada y el pelo aún mojado de la ducha, me siento 20 minutos (algunas tardan más, pero yo no suelo disponer de mucho tiempo) y salgo maqueadísima, con los ojos mejor pintados que en toda mi vida junta y pelazo. Son los 20 minutos relajantes del día. ¿La parte mala? Que ese maquillaje es espeso y pesado, que desmaquillarse de eso practicamente requiere decapante y que no se puede prescindir de él si no se quiere parecer la prima pálida de Miércoles Adams.

Así que por las tardes voy maquillada. Y he adquirido la costumbre chunga de, cada vez que me cruzo con un espejo, mirarme y comprobar que todo sigue en su sitio (1).

Vamos, que si te cruzas conmigo en una de las 300 veces que me toca ir de la redacción al plató, del plató a documentación o de documentación a la máquina del café, unas 200 me pillarás haciendo esto...
(si hay un espejo, claro)
...como una chica del telecupón cualquiera.

¿Y esto qué tiene que ver con los ascensores? Pues que la redacción está en la planta 10, el plató en la 1, la cocina en la 9, los montadores en la 0... y para ir de un piso a otro los ascensores son mi medio de transporte preferido.

Tenemos cuatro: tres chupis, llenos de espejos... y uno de batalla, con suelo metálico a lo Mad Max. Antiguamente ése se usaba de montacargas y funcionaba con llave, que sólo tenían las señoras de la limpieza y los de mantenimiento. Vistos los atascos que se organizaban (son 10 plantas de oficinas y a ratos aquello parecía el nudo de Manoteras) decidieron pasar de llaves. Ahora, si cuando vienen mi Josep Antoni, Mariano Rajoy o Rodrigo Rato les toca el montacargas, suben y bajan en montacargas.

Y a veces les toca. Por probabilidades, una de cada cuatro.

A mí me toca más. Si cada día subo y bajo en ascensor 10 veces, 6 o 7 son en el que no tiene espejo. O esa impresión me da. Y no mola.

Mi hipótesis es que hay unos malvados gnomos que me boicotean enviando tres de cada cuatro veces el ascensor sin espejo. Voy a estar siete días con la minimoleskine rosa en el bolsillo, contando y apuntando para comprobar hasta qué punto machaco las estadísticas. La semana que viene os cuento si el experimento confirma mis teorías.

(1) El momento barbie periodista ha sido necesario para que vuelva a postear. A ver si la próxima me sale algo menos superficial y escribo, no sé, de sexo o algo.