MANAZAS

Yo, Be, me he cargado la plantilla milenaria de QaD por torpe y con un solo clic. Me autoflagelo ante mis copropietarias y me comprometo a dejarla lo más parecida posible, si no mejor. ¡Palabra!

miércoles, junio 26, 2013

Hace diez años

El mes de junio de 2003 fue completamente distinto a este. Calor, hizo mucho calor. Ese mes de junio ya presagiaba que la Península iba a ser barrida ese verano por una impresionante ola de calor. Recuerdo lo mal que lo pasamos en las clases de aquel máster que estábamos haciendo ese año, en aquel aula especial sin aire acondicionado. Era complicado atender a aquellos profesores, con cosas interesantes que contar, pero que lo hacían a primera hora de la tarde... y con aquel calor. Media clase dormitaba, la otra media se pasaba notitas.

Yo tuve suerte, me libré de gran parte de la ola de calor de ese verano. Gracias a la confluencia de cuatro factores: una amiga en el extranjero, los ahorros que tenía en una cuenta que me había abierto mi abuelo cuando hice la primera comunión (y que mi padre se había encargado de nutrir años tras año, poquito a poquito), mi estupidez eligiendo novios y un venazo de dramaqueenismo épico.

En aquel máster había conocido a A. A era un chileno guapísimo (bueno, a mí me parecía guapísimo), simpático y listo que me deslumbró en cuanto le conocí. Menudo flechazo. A pesar de tener veintitantos años, mi cerebro se evaporó y me puse tonta como una niña de catorce. No podía hacer otra cosa más que mirarle arrobada y como si hubiera visto una aparición mariana. Lo curioso es que, a pesar de que mi cerebro brillaba por su ausencia, llamé la atención de A y acabamos medio liados. Durante cinco meses estuve envuelta en una de las relaciones más extrañas que he tenido en mi vida y que me dejó de nuevo para el arrastre (digo de nuevo, porque fue después del chungazo de mi vida y yo aún estaba recomponiéndome de aquella catástrofe vital). 

Resumiendo, que allá por junio del 2003 estaba yo hecha un guiñapo después de aquel desastre chileno - desastre que seguía cada día presente en mi vida, ya que íbamos a clase juntos y salíamos de fiesta juntos - y decidi que necesitaba un cambio de aires. Inmediato. Hablé con el director del máster para que me diera permiso para perderme las últimas clases. Contacté con mi amiga Maya, que estaba viviendo en el DF y con mi amiga Nanuk, que se iba a pasar allí el verano, y me saqué un billete para el DF. En menos de dos semanas pasé de estar llorando en Madrid sin saber qué hacer a estar en el Zócalo en pleno DF.

Dramaqueenismo del bueno. Si vas a hacer una espantá, mejor irte a un país exótico en otro continente que a Albacete. La sensación no es exactamente la misma.

Tras estar unos días por el DF y alrededores, cogimos nuestras mochilas y nos fuimos a dar una vuelta por el país. Fuimos en plan tirado porque el dinero no daba para más, viajando en los buses económicos, comiendo en mercados y puestos callejeros y alojándonos en albergues y moteles infectos, como aquel del baño diminuto, que era todo en uno: la alcachofa de la ducha estaba literalmente encima del water. Al menos podías estar segura de que el water estaba más o menos limpio, porque le caía encima toda la espuma del champú o del gel. Ese fue mejor que aquel en el que en la cisterna había una capa de moho verde maloliente y que estaba tan limpio que ni siquiera nos desvestimos para dormir. Para rematar, estaba encima de un mercado y a las cuatro nos despertó un señor con un concierto de marimba y a las cinco un señor vendiendo pornografía a voces.

La cuestión es que nos recorrimos gran parte del sur de México y más:

Teotihuacán,


Guanajuato, Oaxaca,
Palenque,
 
o Chiapas.
 Desde Chiapas, pasamos a Guatemala,

Chichicastenango,

el lago Atitlán,

la costa guatemalteca del Pacífico (mi primer baño en el Pacífico. Bofetón que me dio la ola, oigan),

un breve garbeo por Honduras,

Livingstone, en la costa caribeña de Guatemala,


Tikal (esos puntitos de arriba somos Nanuk y yo).



 Yde nuevo México, esta vez entrando por Yucatán.


Tulum (no me he podido resistir. Arriba, nuestra cabaña. Debajo, lo que veía desde la cama),
Chichén-Itzá,
la ruta puuc o Campeche.

Durante más de mes y medio, Nanuk, Maya y yo estuvimos viajando por México y Guatemala, pasando por Honduras y Belice. Vimos todas las ruinas mayas y no mayas por las que pasamos (qué se puede esperar de tres historiadoras, dos de ellas especializadas en Mesoamérica). Y creedme, fueron muchas ruinas mayas. Muchísimas ruinas mayas (y por este comentario podéis deducir que la que no estaba especializada en Mesoamérica era yo). Fuimos a algunas de las zonas que salen en todos los clásicos de Antropología. Vimos ciudades coloniales, volcanes, cenotes y playas de ensueño. Nos lo pasamos muy bien las tres juntas, nos reímos lo que no está escrito. Fue un viaje estupendo, en el que acabé saturada de color, picante, vida... y ruinas mayas.

Volví a Madrid un mes y medio después, curada, feliz y sin acordarme siquiera de la existencia del chunguito chileno. Ahora, si me acuerdo de él, sonrío por tres cosas: lo surrealista que fue nuestra historia, lo boba que fui yo y el maravilloso viaje que me trajo mi vena de dramaqueenismo, una de las mejores experiencias que he vivido. 

Y es que... quién dice que el dramaqueenismo no trae cosas buenas a la vida.

viernes, junio 14, 2013

Maldita


Hoy voy a contar una historia que me sucedió hace unos meses. Algunos de vosotros me la habréis oído de viva voz, así que como post nuevo será un asco, pero la situación fue tan rara que la quiero dejar registrada en algún sitio para no olvidarme de ella.

Un día cualquiera a una hora muy normal iba sentada en el metro, leyendo en mi kindle (¿os he contado ya lo encantada que estoy con mi trastito? hala, pues ya lo he dicho). El vagón no iba demasiado lleno, pero había gente de pie. En una de las estaciones subió un tío que parecía muy normal: unos treinta, camisa, chinos, pelo medio largo repeinado hacia atrás, mochila al hombro. Pero nada más entrar, una chica y él se liaron a voces: 

- Oye, ten cuidado, que me has dado un mochilazo - le dijo la chica.

- ¡Es tu culpa, estás en medio y no me dejabas pasar! si te hubieras apartado del paso no te hubiera dado - le contestó él, medio gritando. Para ser fiel a la verdad, debería escribir todas sus intervenciones en mayúsculas, pero saldríais corriendo.

- Hombre, pero tampoco es para que me empujes y me des con la mochila.

- ¡Que es tu culpa! si no fueras por ahí, así, con esa actitud de adolescente, de niñata, no te pasaría nada, pero vas comportándote como una adolescente...- la chica tenía la edad de una adolescente... en cada pata.

- Tío, que yo no he hecho nada.

- ¡Cualquiera, eres una cualquiera! Una vulgar cualquiera... - y siguió remugando un rato más

Creo que todo el vagón estaba flipando. El tío, que parecía normal, había resultado ser como un coche de carreras: de 0 a cien, de normal a energúmeno grosero, en dos segundos.

Pues el energúmeno grosero se sentó a mi lado en un asiento que había quedado libre. Y, con mi imán de locos funcionando a toda potencia, el tío pensó que era buena idea comenzar una conversación conmigo:

- ¿Has visto? - empezó a hablarme con tono normal - la tía esa, comportándose como una adolescente, siendo una cualquiera... esto no se debería permitir, porque no tiene razón, porque es una cualquiera - el tío no dejaba de mirarme y de intentar realmente hablar conmigo, a pesar de que, visto que el tío era cuanto menos raro, yo no despegaba los ojos de mi kindle - estar en medio, haciéndose la niñata, porque es una cualquiera... ¿verdad?

Ya fue malo que fuera insultando a la gente, pero que encima intentara hacerme cómplice a mí e intentar que le diera la razón... Levanté los ojos del kindle, le miré y con mi voz más suave y dulce, sólo le dije:

- Maleducado.

Sí. Soy hija de mi madre, qué pasa.

En ese momento se despertó la bestia:

- VAYA, ¿LA DEFIENDES? ¿ERES SU HERMANA? SÍIIII, TENEMOS AQUÍ A UNA HERMANA DE LA UNA CUALQUIERA. SÍ, ERES SU HERMANA... ¡HERMANA DE LA UNA CUALQUIERA! TÚ TAMBIÉN ERES... ¡UNA CUALQUIERA!

Y comenzó a gritarme las cosas más extrañas que han usado en la vida para insultarme, porque si pensáis que "hermana de la una cualquiera" es raro, se puede poner aún peor:

- ¡POSEÍDA! ¡ESTÁS POSEÍDA! ¡ERES UNA P*TA! ¡MALDIIITA! ¡ESTÁS MALDIIIITA!

Bueno, sí, vale. "P*ta" no es original. Pero sí "poseída". Y "maldiiiiita". En ese contexto, y como historiadora, le habría agradecido que al "p*ta" le hubiera agregado un "de Babilonia". Con sus gritos en plan pastor evangelista y su vocabulario del exorcista, hubiera quedado muy propio. Y, oye, una puede estar acostumbrada a que la llamen "p*ta", pero "gran p*ta de Babilonia"... hubiera sido genial. Si te van a insultar, que no se queden en los lugares comunes. 

La cuestión es que el tío seguía gritándome en el vagón de metro, insultándome sin parar. El tío hasta se puso de pie a mi lado para poder gritarme desde arriba. La gente del vagón nos miraba alucinada. Yo no decía ni una palabra, ni me movía. Y el tío seguía y seguía:

- ¡MALDIIIITA! QUÉ TE PASA? ¿NO TIENES NADA QUE DECIR?

Y, naturalmente, sólo le miré y con mi tono de voz normal, le dije:

- Maleducado.

Cosa que, evidentemente, le cabreó más. Dobló el volumen de su voz, se pasó a los "hija de puta" y blablabla. Cada vez más amenazante. Allí estaba yo, sentadita en mi asiento del metro, con el libro electrónico en mi regazo y esperando a que el tío montara una pira en el pasillo del vagón para quemarme por bruja, porque aquello estaba alcanzando dimensiones bíblicas. 

En ese momento, lo único que pude pensar es que había estado en situaciones peores con algún alumno en clase y que, bueno, ahí seguía. Y me dio un momento "encantador de perros" de pensar que lo peor que te puede pasar es que te huelan el miedo y que no hay que achantarse. Así que, con toda mi energía tranquila, como dice César Millán, sonreí. Sonreí porque la situación era absurda. Sonreí, porque me estaba llamando "maldita y poseída" y porque me parecía haber aterrizado en Salem. Y sonreí porque sabía que era lo que más le iba a joder a ese tío, que desde que había entrado por la puerta, sólo había insultado e intentado achantar a un par de mujeres. Sonreí y...

- ¿AHORA TE RÍES? TE VOY A METER UN PAR DE HOSTIAS QUE TE VOY A DESMONTAR. ¡PUTA MALDITA!

Ni me moví. De esas veces que piensas "quesealoquediosquiera", pero ni me moví. No iba a darle esa satisfacción. Bueno, calculé el poder destructivo de mi libro electrónico, pero es bastante bajo. Además, lo llevo envuelto en la funda blanca de flores rosas, quinta esencia de la cursilidad. Miedo, lo que se dice miedo, no da.

Y ni me moví yo, ni se movió nadie del vagón. Ni se movió él. Sí, continuó gritándome y amenazándome hasta que llegó a su parada, que, gracias a Dios, era la siguiente. Pero al menos no me dio ese par de hostias. El momento en el que se bajó - sí, continuaba gritándome desde el andén - y las puertas se cerraron, respiré aliviada.

En fin. ¿Sabéis lo que más me fastidió de toda la situación? Lo que más me fastidió no fueron los insultos de ese tío, que claramente debía ser un misógino resentido con las mujeres. No me fastidió - ni me sorprendió - que nadie dijera o hiciera nada. Lo que me jodió de verdad fue la conversación de la pareja que tenía al lado:

- ¡Hay que ver cómo se ha puesto ese tipo! ¡Qué barbaridad! - dijo la mujer.

- Algo habrá hecho ella - dijo él, con todo el desprecio del mundo.

Y ahora vas, y lo cascas.

lunes, junio 03, 2013

El delantal

Hace unas semanas una alumna me regaló un delantal. Cuando lo recibí me quedé a cuadros, porque por mucho que me estrujé el cerebro, era incapaz de recordar si, entre todas las chorradas que suelto en clase, alguna había sido sobre mi escasa habilidad para cocinar o sobre mis recientes incursiones en el mundo de la repostería. Que, a ver, me han regalado cosas raras mis alumnos (aún recuerdo el jardincito zen, con su rastrillito, su arena, sus piedrecitas...) pero generalmente tienen su porqué (en el caso del jardincito zen, podría ser porque tengo alumnos muy místicos. O podría ser que me ven como una persona calmada y en equilibrio, imbuida de la filosofía oriental. O quizás porque cuando empiezan a pelearse y hablar todos a la vez, levanto las manos y les grito "¡ZEN! que haya zen". No me entienden y no tiene mucho sentido - ninguno- pero les desconcierta y se callan. Bueno, en fin, que nunca sabremos por qué insondable razón me regalaron un jardincito zen comprado en los chinos.

El delantal es verde, con una gran L de prácticas pintada en el centro y está rodeada con consejos más o menos ingeniosos ("usa la tapa, puede salvar vidas", "en caso de duda llama a tu madre" y cosas así). La verdad es que es chulo, pero me hace gracia que la chavalita que me lo regaló haya asumido que a) soy un desastre en la cocina y b) en ese caso, quiero aprender a cocinar. 

Inciso: la chica tiene fama de estar loca entre sus compañeros. Yo creo que no, de hecho es muy maja, pero creo que sus compañeros han confundido estar loca con ser un poco bruja y ahora me explico. Fin del inciso.

Desde que el delantal ha entrado en mi casa, yo no doy pie con bola cocinando. A ver, no soy Nesita, Pétalo, Cattz o Anijol, pero me defiendo en la cocina. Hasta ahora.

Primero intenté hacer la receta de muffins de limón y chocolate blanco de Inés. La masa estupenda y con un sabor riquísimo. Todo bien, hasta que me di cuenta cuando ya estaban en el horno de que me había olvidado ponerles sus cien gramos de mantequilla fundida. Milagrosamente, estaban bien ricos. Con textura extraña, pero ricos... no me quiero imaginar cómo deben estar con la receta bien hecha. Corran a comprobarlo.

Después, haciendo un bizcocho, agarré el bote del azúcar y le eché a la mezcla de huevos y naranja (y no me acuerdo qué más) cuarto de kilo de azúcar. Todo bien, si hubiera sido realmente el bote del azúcar con azúcar dentro. En realidad, era el bote de pan rallado con pan rallado dentro. Deliciosa mezcla para un bizcocho.

Hoy he intentado hacer ensaladilla rusa. Receta fácil, ¿no? Bien. Pues he quemado las patatas y las zanahorias al hervirlas en abundante agua, que se ha quedado en no-abundante agua, más bien en no-agua, en un despiste. 

Tanto despiste y fallo culinario a la vez no es normal, porque vale que yo soy cafre en la cocina, pero no tanto. Así que no sé qué hacer con el delantal, porque me temo que tiene algo que ver, me ha traído la maldición de la novata... y yo esa fase ya la pasé. Así que ¿qué hago con él? ¿lo quemo o lo exorcizo?

En fin, voy a pensarlo mientras juego con mi jardincito zen y llega el señor de Telepizza.