Mañana vuelvo al trabajo. Va a ser un curso de muchos cambios, pero aún no estoy preparada para hablar de ellos... así que sigo con los posts dedicados a contaros mis vacaciones. Así me regodeo en el recuerdo, como Diane Lane en el viaje de vuelta en tren en Infiel. Voy con el tercero (de cinco) sobre Estambul.
Tengo una teoría. Es una teoría que he compro-bado en diversas latitudes y zonas horarias.
Va: no importa dónde estés, no importa qué hora sea, si levantas la mano viene un taxista a llevarte en coche a donde tú quieres a cambio de dinero.
Hace unos años fui a Roma a visitar a mi amigo iBoy, que por entonces vivía allí. iBoy conoce la ciudad como la palma de su mano, así que preparó un programa estupendo (museos, iglesias, restos, monumentos, tumbas, edificios, calles, plazas, barrios, fuentes). No hicimos apenas colas, vimos la Capilla Sixtina vacía, comimos en sitios estupendos, tomamos el aperitivo en sitios superchupis, bebimos copas en sitios megacool. La ruta intensiva de iglesias (uns 100 en una semana) pudo conmigo y una noche atravesábamos un bosque para volver a casa después de miles de horas de turistear, miles de kilómetros recorridos y miles de copas... cuando me dio una pájara. Como a los ciclistas.
De pronto no pude más. No me podía mover. No podía casi mantener el equilibrio. No podía pensar... más que en un maravilloso taxi que viniera en mi rescate. Utilicé las últimas energías que me quedaban para explicar mi teoría a iBoy.
-Be, esto es un bosque, no hay taxis.
-Que sí, ya verás, funciona siempre.
-Que no, en serio que por aquí no pasa nadie.
-¿Nadie?
-Bueno, sí, un violador que mató a un par de chicas el mes pasado.
La pájara voló. Aquella fue la única vez que, necesitándolo, no he podido probar mi teoría.
Pero volvamos a este verano. Una mañana Noa y yo cruzamos el Cuerno de Oro, llegamos hasta la plaza Taxim...
...bajamos por Istiklal Caddesi (la llenísima de vida calle principal)...
...curioseamos en librerías, compramos libros...
...callejeamos...
...comimos (en el sitio más alto que encontramos) unos meses buenísimos y un pescado para morirse...
...nos perdimos...
...bebimos té en un café de narguile en el que éramos las únicas mujeres...
...nos encontramos...
...llegamos a la torre Gálata...
...bebimos (de nuevo, lo más alto que pudimos) unas cervezas...
...cuando decidimos volver a casa, se había hecho de noche.
Para llegar a la parada del tranvía había que atravesar una maraña de callejuelas sin iluminar. Sabíamos más o menos qué dirección tomar para bajar de la colina, así que nos pusimos en ruta. A la segunda esquina que doblamos ya no se veía nada.
El barrio de Beyoglu, donde estábamos, fue lo más chic en el siglo XIX, pero tras declararse la república y mover todas las embajadas a Ankara entró en decadencia. Cito la mini guía de Lonely Planet: "Las tiendas y restaurantes glamourosos cerraron, los edificios empezaron a caerse y el barrio adquirió mala fama". Y a pesar de que en los 90 en barrio empezó a revitalizarse y ahora es el sitio "de salir de marcha", siguen quedando zonas muy abandonadas.
Estábamos en una de ellas. La calle en la que estábamos no tenía ni suelo ni farolas. Noa es una viajera prudente y, aunque yo me hubiera lanzado alegremente callejuela abajo, por su mirada capté que era un buen momento para probar mi teoría del taxi.
Levanté la mano y... un taxi libre apareció, se paró, nos subimos y en diez minutos nos dejó en el hotel. Por cinco euros.