La boda de Elvisina fue el sábado. Con mi dilema del vestido, y visto que era imposible customizarlo como bien me sugería
Irene Jansen (el vestío era demasiado estampado... demasiado particular), me pasé a la sugerencia
Perli, que es una mujer sabia:
"cuando una se compra un vestido en una tienda donde más gente puede comprarlo, las comparaciones son inevitables. Por eso es IM-PRES-CIN-DI-BLE que:
-seas la mejor peinada,
-la mejor maquillada
-y lleves los mejores complementos."
Bien, armada con unos taconazos preciosos e intentando eso del maquillaje, decidí, además, ir a la peluquería. Pero tenía en mente
este post de la Perri, que justo había leído unos días antes. Huí de Chonilandia para ir a una peluquería, intentando evitar cualquier rastro de genética maru. E intenté ser lo más clara y precisa en las instrucciones que le di a la peluquera, para establecer desde el principio las bases de nuestra relación:
- Quiero un mono o un semi-recogido discreto. Me da igual liso o con ondas suaves, pero por favor, que sea discreto y sin volumen, sin pelos disparados hacia los lados, sin cardados y, sobre todo, sin perifollos. Simple, sencillo y discreto, por favor.
Al acabar la parrafada me sentí un poco mal. No suelo ser demasiado tajante, ¿me habría pasado con la peluquera?
Pues no. Yo no veía qué estaba haciendo en la parte de atrás de mi cabeza (aún no tengo una mutación genética que me haya puesto un ojo en la coronilla) pero debí sospechar cuando todas sus compañeras pasaban y decían "Oh, María, qué bonito". Cuando levanté la vista del libro (vale, no, no voy a mentir: era el Hola con la boda de Bla y Bor) y me enseñó con un espejo lo que había hecho...
Donde yo dije "ondas suaves" ella entendió bucles.
Donde yo dije "sin pelos disparados hacia los lados" ella entendió que hacia los lados no, pero que hacia arriba sí.
Donde yo dije "sin perifollos" directamente no entendió nada.
Resumiendo: una cascada de bucles caía al modo Sissí por toda mi espalda, mientras una palmera de pelos salía de la parte alta mi cabeza, formando no sólo un perifollo peloso en toda regla, sino que además hacía que mi cabeza tuviera aura. Aura de pelos disparados, claro. Boquiabierta, al "¿te gusta?" todo ilusionado de María, le tuve que decir un NO y pedirle que, por favor, me deshiciera la palmera, que quería algo más discreto, con menos cardado y con menos... aura.
Llegadas a este punto, María se desconcertó. Obligada a deshacer su obra maestra de arte efímero, soltó la palmera y en menos de dos minutos me cogió con dos horquillas un poco los bucles (eso ya sí que no se podía deshacer) y pasó a mi flequillo. Pero el desprecio a su arte había hecho mella en su toque peluqueril y mi flequillo se le rebeló.
Me lo mojó. Me lo peinó a un lado. No le gustó.
Lo mojó. Lo peinó hacia delante. No le gustó.
Lo mojó. Lo peinó al otro lado. No le gustó.
Lo mojó. Lo peinó hacia arriba y lo cardó. Le pregunté si eso iba a quedar así, tan cardado. Me dijo que no.
Pero lo volvió a mojar. Al final, suspiró y dijo "¿lo dejo hacia adelante?". Y yo suspiré y le dije "sí, déjalo". Era eso o que mis pelos murieran de ahogamiento.
Llegué desconsolada a casa, con pinta de Sissí cutre, con mi paranoia acrecentada y con ganas de meter la cabeza bajo la ducha. Pero no había tiempo. Para arreglarlo, Hermano me dijo, en plan consuelo: "No, Hermana, no pareces Sissi... eres más bien tipo Shirley Temple".
Pero bueno, llegué a Toledo, me tranquilicé al escudriñar a todas las invitadas y ver que no repetíamos vestido. Me lo pasé genial, ignoré a mis bucles, ellos me ignoraron a mí...
Y a la mañana siguiente cuando me levanté ya no quedaba ni resto de Sissí, ni de la Temple. La que había aparecido en el espejo era ella:
Y es que el momento choni está ahí, acechándonme y atacando al primer descuido.