Hoy voy a contar una historia que me sucedió hace unos meses. Algunos de vosotros me la habréis oído de viva voz, así que como post nuevo será un asco, pero la situación fue tan rara que la quiero dejar registrada en algún sitio para no olvidarme de ella.
Un día cualquiera a una hora muy normal iba sentada en el metro, leyendo en mi kindle (¿os he contado ya lo encantada que estoy con mi trastito? hala, pues ya lo he dicho). El vagón no iba demasiado lleno, pero había gente de pie. En una de las estaciones subió un tío que parecía muy normal: unos treinta, camisa, chinos, pelo medio largo repeinado hacia atrás, mochila al hombro. Pero nada más entrar, una chica y él se liaron a voces:
- Oye, ten cuidado, que me has dado un mochilazo - le dijo la chica.
- ¡Es tu culpa, estás en medio y no me dejabas pasar! si te hubieras apartado del paso no te hubiera dado - le contestó él, medio gritando. Para ser fiel a la verdad, debería escribir todas sus intervenciones en mayúsculas, pero saldríais corriendo.
- Hombre, pero tampoco es para que me empujes y me des con la mochila.
- ¡Que es tu culpa! si no fueras por ahí, así, con esa actitud de adolescente, de niñata, no te pasaría nada, pero vas comportándote como una adolescente...- la chica tenía la edad de una adolescente... en cada pata.
- Tío, que yo no he hecho nada.
- ¡Cualquiera, eres una cualquiera! Una vulgar cualquiera... - y siguió remugando un rato más
Creo que todo el vagón estaba flipando. El tío, que parecía normal, había resultado ser como un coche de carreras: de 0 a cien, de normal a energúmeno grosero, en dos segundos.
Pues el energúmeno grosero se sentó a mi lado en un asiento que había quedado libre. Y, con mi imán de locos funcionando a toda potencia, el tío pensó que era buena idea comenzar una conversación conmigo:
- ¿Has visto? - empezó a hablarme con tono normal - la tía esa, comportándose como una adolescente, siendo una cualquiera... esto no se debería permitir, porque no tiene razón, porque es una cualquiera - el tío no dejaba de mirarme y de intentar realmente hablar conmigo, a pesar de que, visto que el tío era cuanto menos raro, yo no despegaba los ojos de mi kindle - estar en medio, haciéndose la niñata, porque es una cualquiera... ¿verdad?
Ya fue malo que fuera insultando a la gente, pero que encima intentara hacerme cómplice a mí e intentar que le diera la razón... Levanté los ojos del kindle, le miré y con mi voz más suave y dulce, sólo le dije:
- Maleducado.
En ese momento se despertó la bestia:
- VAYA, ¿LA DEFIENDES? ¿ERES SU HERMANA? SÍIIII, TENEMOS AQUÍ A UNA HERMANA DE LA UNA CUALQUIERA. SÍ, ERES SU HERMANA... ¡HERMANA DE LA UNA CUALQUIERA! TÚ TAMBIÉN ERES... ¡UNA CUALQUIERA!
Y comenzó a gritarme las cosas más extrañas que han usado en la vida para insultarme, porque si pensáis que "hermana de la una cualquiera" es raro, se puede poner aún peor:
- ¡POSEÍDA! ¡ESTÁS POSEÍDA! ¡ERES UNA P*TA! ¡MALDIIITA! ¡ESTÁS MALDIIIITA!
Bueno, sí, vale. "P*ta" no es original. Pero sí "poseída". Y "maldiiiiita". En ese contexto, y como historiadora, le habría agradecido que al "p*ta" le hubiera agregado un "de Babilonia". Con sus gritos en plan pastor evangelista y su vocabulario del exorcista, hubiera quedado muy propio. Y, oye, una puede estar acostumbrada a que la llamen "p*ta", pero "gran p*ta de Babilonia"... hubiera sido genial. Si te van a insultar, que no se queden en los lugares comunes.
La cuestión es que el tío seguía gritándome en el vagón de metro, insultándome sin parar. El tío hasta se puso de pie a mi lado para poder gritarme desde arriba. La gente del vagón nos miraba alucinada. Yo no decía ni una palabra, ni me movía. Y el tío seguía y seguía:
- ¡MALDIIIITA! QUÉ TE PASA? ¿NO TIENES NADA QUE DECIR?
Y, naturalmente, sólo le miré y con mi tono de voz normal, le dije:
- Maleducado.
Cosa que, evidentemente, le cabreó más. Dobló el volumen de su voz, se pasó a los "hija de puta" y blablabla. Cada vez más amenazante. Allí estaba yo, sentadita en mi asiento del metro, con el libro electrónico en mi regazo y esperando a que el tío montara una pira en el pasillo del vagón para quemarme por bruja, porque aquello estaba alcanzando dimensiones bíblicas.
En ese momento, lo único que pude pensar es que había estado en situaciones peores con algún alumno en clase y que, bueno, ahí seguía. Y me dio un momento "encantador de perros" de pensar que lo peor que te puede pasar es que te huelan el miedo y que no hay que achantarse. Así que, con toda mi energía tranquila, como dice César Millán, sonreí. Sonreí porque la situación era absurda. Sonreí, porque me estaba llamando "maldita y poseída" y porque me parecía haber aterrizado en Salem. Y sonreí porque sabía que era lo que más le iba a joder a ese tío, que desde que había entrado por la puerta, sólo había insultado e intentado achantar a un par de mujeres. Sonreí y...
- ¿AHORA TE RÍES? TE VOY A METER UN PAR DE HOSTIAS QUE TE VOY A DESMONTAR. ¡PUTA MALDITA!
Ni me moví. De esas veces que piensas "quesealoquediosquiera", pero ni me moví. No iba a darle esa satisfacción. Bueno, calculé el poder destructivo de mi libro electrónico, pero es bastante bajo. Además, lo llevo envuelto en la funda blanca de flores rosas, quinta esencia de la cursilidad. Miedo, lo que se dice miedo, no da.
Y ni me moví yo, ni se movió nadie del vagón. Ni se movió él. Sí, continuó gritándome y amenazándome hasta que llegó a su parada, que, gracias a Dios, era la siguiente. Pero al menos no me dio ese par de hostias. El momento en el que se bajó - sí, continuaba gritándome desde el andén - y las puertas se cerraron, respiré aliviada.
En fin. ¿Sabéis lo que más me fastidió de toda la situación? Lo que más me fastidió no fueron los insultos de ese tío, que claramente debía ser un misógino resentido con las mujeres. No me fastidió - ni me sorprendió - que nadie dijera o hiciera nada. Lo que me jodió de verdad fue la conversación de la pareja que tenía al lado:
- ¡Hay que ver cómo se ha puesto ese tipo! ¡Qué barbaridad! - dijo la mujer.
- Algo habrá hecho ella - dijo él, con todo el desprecio del mundo.
Y ahora vas, y lo cascas.