Hoy es un día muy especial en la historia de la sección "Los Chungos de Nuestra Vida": por cortesía de "R", la primera entrega del spin-off "Yo, chungo". No añado nada más para no espoilearles el post, que de verdad merece la pena. Espero ansiosa los comments, a ver si coinciden conmigo. Buenas a todos, a modo de breve introducción decir primero que conocí a algunas de nuestras anfitrionas de forma física (que no bíblica) gracias a El Hombre Malo y Somo. Una agradable velada por aquel céntrico barrio que compartíamos me generó curiosidad acerca de ese cuaderno de bitácora (juas, perdonen el término… la tentación de la pedantería era muy grande) del que hablaban y, por otro lado, me convenció de que debía mudarme.
Así me enganché a
Quédate a dormir (algunos post son antológicos) y me fui a vivir a una castiza y popular zona ahora más conocida como
El Pequeño Caribe (al que no le gusten los maratones
non-stop de bachata y raggaton que no venga).
Meses después en el
blog descubrí con estupor que Be y EHM se habían mudado a unos 300 metros de mi nueva base secreta. Lo acepté como una señal del destino, la retribución kármika movía sus engranajes de forma inexorable y amenazaba con aplastarme. Alguien ahí arriba trataba de decirme algo. Buceé entre los
post tratando de saber qué fantasma del pasado debía exorcizar y creo que lo encontré. Cuando leí toda la serie de post dedicada a
Los Chungos de nuestra vida la pantalla de mi ordenador me devolvió un perturbador reflejo:
¿Habré sido yo el Chungo de la vida de alguien?
Sin duda en los lances del amor, especialmente cuanto tocan a su fin, siempre podemos ser percibidos como
chungos pero no me refiero a eso. Me refiero a ¿habré sido yo ese cabrón que marco la vida de alguien? Hablo a un nivel emocional, pero sin la necesidad de llegar a los extremos de
El Mongo (que más que
chungo debería entrar en la categoría
hijodelagranputa).
En fin, abran sus libros de
Historia de los Chungos por la “R”. Allí estoy yo.
Transcurría la década de los 90 y yo pasaba el tiempo entre la cafetería de la facultad y las canchas de baloncesto. Las tardes las dedicaba a mis amigos del bloque. Mi vecina de enfrente había hecho unos amigos muy curiosos, inteligentes, graciosos, con alguna que otra tara social y, por encima de todo, muy
freakers (1).
Allí conocí a L., una chica morena, alta y delgada muy sonriente, tenía mucha energía y se emocionaba con todo y, por su forma de hablar, se apreciaba que era muy, muy inteligente (lo que junto con el resto del paquete me ponía bastante).
Nos fuimos acercando y, un día que paseábamos ella y yo solos, le di mi primera muestra de
chunguez. La paré, la miré a los ojos y la dije: “L. te voy a hacer una pregunta un poco rara, ¿hay agua en la piscina?” Ella se hizo la despistada un momento y luego me dijo que sí, que si me iba a lanzar había agua en la piscina. Sonaron saxofones de plástico y nos besamos. El frenesí físico se vio brevemente interrumpido por una ligera mención al hecho de que ella
tenía novio (puedo jurar ante el polígrafo de cualquier cadena de TV nacional que yo desconocía el dato hasta ese momento). Yo di una nueva muestra de
chunguez al decirle que no era mi intención interponerme entre ellos (no recuerdo exactamente donde tenía las manos en ese momento).El caso es que hubo una segunda revelación. Me dijo que A., otro miembro del
friquigrupo, le había pedido relaciones y de forma aún más patética que la mía. Mis luces de emergencia se encendieron ya que a A. se le podía encuadrar en el subgrupo de
freakers oscuros y no me refiero a los góticos afeminados que pululan por Malasaña, sino más del palo del atracador conocido como
El Solitario.
Esa noche
no terminamos en su casa (a buen entendedor…). El caso es que a la mañana siguiente mientras yo me preparaba para marcharme ella me dijo que tenía que llamar a su novio para decirle que lo suyo se había terminado. Yo (
chunguez) le dije que se lo pensase, que quizá nos habíamos equivocado. Pero ella me dijo que no, que independientemente de mí su relación hacía aguas y que la trataba bastante mal. Si no recuerdo mal hasta me preparó el desayuno para que me nutriese mientras ella hacía la tradicional llamada (Esa que empieza con “Ven, por favor, tenemos que hablar” y termina con algo tipo “Zooooorrra, Zooooorrrraaaaa).
El caso es que contra viento y marea comenzamos este viaje. Ella tenía veintipocos años pero vivía sola en el piso de sus abuelos así que fue un comienzo realmente intenso. Ella estaba metida en la relación hasta las trancas, de hecho su percepción estaba gravemente alterada, llegó a comentarle a su mejor amiga que yo era encantador, alto, moreno y con los ojos azules (¡cuando atraviesas los gruesos cristales de mis gafas descubres unos seductores ojos
marrones ligeramente estrábicos!).
Yo, por mi parte, estaba realmente ilusionado por esa brisa de amor que ella insuflaba en mi corazoncito que se transformaba por las noches en un hipo-huracanado torbellino sexual.
Pero el día a día me ponía en situaciones chungas. Algunos patéticos templos:
· Su casa era viejecilla y a ella le gustaba ponerla a disposición de sus amistades con lo cual estaba un poco… un poco… guarr… suc… desatendida (Recuerdan aquel episodio de Friends en el que Ross liga con una tremenda rubia y cuando llega a su casa encuentra hasta una rodaja de mortadela en el sofá?). Vamos que yo, haciendo de mi capa un sayo, me sobreponía a años de programación machista-leninista y le decía “L. ¿dónde tienes un trapito que paso las estanterías? “ O “¡Mira, he conseguido despegar uno de los vasos de la mesa! Voy a pasar la bayeta a ver si consigo quitar el cerco”. Ella eso lo entendía casi como un ataque a su autoestima, a su capacidad para ser una mujer-mujer (?), se le inflaba la vena y se ponía hecha una COPE.
· La encantaba cocinar y de hecho cocina muy bien (en serio). Pero yo soy un
tocapelotas y sus recetas estrella incluían ingredientes como Kepchup, con lo cual yo le decía que me parecía una guarrería. Otra vez se ponía como un puma. No sé… debe ser como si a Sergi Arola le pides la sal…
· Ella trató de integrarme en su grupo de amigos entre los que puedo destacar a su ex
in person, a otro que me odiaba por haber supuesto la ruptura de la pareja ideal del grupo y al
Pequeño Gran Gurú. El PGG era un petiso estudiante de filosofía hipercinéfilo cuya opinión era Ley dentro del grupo y al que ella guardaba un especial afecto. Recuerdo que nos conocimos en la que fue mi prueba de fuego: una reunión de 15 personas en el diminuto salón de su piso. Tras unos minutos de animadas charlas se hizo el silencio cuando el PGG dijo: “Ahora vamos a ver
Los Cuatrocientos Golpes de Truffaut”. La atención se concentró sobre mi cuando me miró preguntándome: “¿Te apetece”. Yo hice un esfuerzo titánico por contener la respiración y caer inconsciente pero mi hemisferio izquierdo me sorprendió contestándole: “Claro, me encantan las películas de Bruce Lee”. Hala,
another brick in the wall…
· Recuerdo que L. se apuntó a
aeróbic y yo le regalé unos pantalones-mallas que quería. Se los probó y dijo algo así como “Vaya, si no tuviese el culo tan gordo me los podría poner por la calle” y yo reformulé algo tipo: “Bueno, pues si tienes el culo gordo no te los pongas por la calle”. ¡Sus mismas palabras! Guerra nuclear.
· Nuestros momentos de intimidad eran apasionados y ella tenía cierto orgullo en sacar un gran rendimiento de sus amantes. Estamos de vacaciones en un horrible pueblo valenciano con unos amigos y aprovechando las largas siestas del verano retozábamos en la cama, había comenzado el tercer asalto (verídico, juventud divino tesoro…) cuando ella me susurró: “Vaya, vaya… hoy vamos a por el record”. Y yo que soy presa fácil de la psicología inversa le dije: “¿Ahhhhhh si? ¡Pues NO!”. Qué quieren que les diga, me hice el estrecho. No estaba yo para esas tontunas que ya éramos mayorcitos.
· Continuando con el tema, después de nuestros encuentros a ella le daba por acurrucarse y abrazarme hasta caer como una piedra, pero a mí me entraba una energía anti natural que me impulsaba a buscar algo que hacer: ver Doraemon en la tele, largarme a jugar un partido de fútbol, buscar soluciones para el efecto invernadero. Y ella no entendía como yo podía salir escopetado.
Esta situación se prolongó unos meses y yo cada vez me iba poniendo más agrio de forma injustificada. A pesar de sus arranques de genio ella era cariñosa conmigo y los míos, inteligente y guapa. Hice un ejercicio de introspección y di con el origen de la situación:
no estaba enamorado de ella. Y en ese momento se lo dije crudamente, demasiado crudamente.
Los mecanismos del amor y el afecto son realmente complicados. Sentí que tenía decirlo a la vez que era consciente de que hacía daño a una persona por la cual sentía cariño (pero tampoco podía mostrar sólo un cariño que podía volver a dar falsas esperanzas). Estuvimos mareando la perdiz meses en una escalada de cuchilladas emocionales y arrepentimientos.
Llegue a decirle cosas de las que me arrepiento profundamente. Sintetizando, le dije que en esta relación yo tenía la sartén por el mango. Que ella me quería con locura y que yo a ella no. Que podríamos estar así indefinidamente, que yo estaba en una situación muy cómoda, pero que ella iba a sufrir. Permítanme que me ahorre los detalles realmente
chungos y escabrosos.
Por supuesto nunca me he olvidado de ella y, a pesar de mi incapacidad absoluta para mantener el contacto con ninguna de mis ex, sigo sus pasos desde la distancia. Se que al poco tiempo de la ruptura tuvo un noviete que la invitó a Japón y al cual dejó al poco tiempo (¿La
chunga de su vida?). Y que las cosas le van relativamente bien y que tiene un aceptable nivel de felicidad (lo sé, leo su
blog).
Tuve ganas de llamarla y decirle que la consideraba una gran persona y que había sido realmente positiva en mi vida pero… ¿qué le hubiese supuesto a ella?
Hace ya casi un año entré en un vagón de metro y me la encontré. Me sonrió y me dijo hola. Entre todos esos extraños, en apenas unos segundos dije en voz baja: “¿Cómo puedo decirte esto sin que creas que tengo una enfermedad terminal? Fui un idiota. Me trataste muy bien y yo te traté fatal. Quiero que sepas que creo que eres una estupenda persona y que si yo tuviese el poder de hacer que a los demás les fuesen las cosas bien tu serías la primera.”
Nos abrazamos y llegó su parada.
L. te deseo que encuentres la felicidad todos los días.