Siempre me ha sido muy difícil saber dónde están los límites de la buena educación. ¿Hasta qué punto hay que aguantar las faltas de educación de los demás o su poca receptividad a los "no" que se dicen de forma educada? Hay gente muy insistente y avasalladora que no suele entender las negativas hechas de forma educada como un "no", sino que suelen interpretarlo como un "puede..." (porque no van acompañados de un bufido) y como una invitación a seguir intentándolo. Ellos lo intentan y lo intentan, tú mantienes la educación porque es lo que tienes en el disco duro, ellos se ven alentados... y son situaciones incómodas y absurdas. Supongo que la mejor forma de cortar eso es dejar la educación a un lado, soltar una verdad con toda su crudeza y que las cosas queden claras... pero eso para mí supone un mal trago y encima los remordimientos de "jo, he sido una borde". Yo no suelo ser muy borde o al menos eso intento, por lo que cuando me topo con personajes que no saben captar las negativas si no van acompañadas de una bordería, lo paso fatal y se pone a prueba mi límite... ese límite que no sé marcar, la verdad.
Un ejemplo fue lo que me pasó hace dos días. Con tanto agobio en Madrid, la semana pasada me dio una ventolera y me cogí un billete para venir a casa de mis padres en Palma. Antesdeayer fui al aeropuerto y ya estoy aquí en Mallorca... aunque después de un viaje malísimo que me dio un individuo de esos que no saben escuchar. ¿Sabéis eso que decía Sartre de que el infierno son los otros? pues eso.
Cuando entré en al avión, enseguida le vi. Bueno, no le vi: le oí.
- ¡Joer, es que quiero ver la final de copa! pos claro... - estaba gritando un tío en una de las filas del avión.- no, no... ¡Que lo quiero ver en directo!
Yo ya iba pensando que aquel maleducado gritón era un horror, pero horror se convirtió en pánico cuando me di cuenta de que estaba en mi fila, en el asiento contiguo a mi asiento. Un tío de unos veintimuchos, vestido como la versión sport de un concursante de "mujeres hombres y viceversa": unos pantalones cortos y estrechos de cuadros azules, una chaquetilla negra de chandal de Adidas como de tactel y llena con los colorines de la bandera española, unas gafas carrera enormes que no se quitó en todo el viaje, zapatillas rojas de futbolista hortera y un reloj con una esfera tan grande como mi cabeza. Un gañan que iba de chulo playas pero que ni llegaba a cani. El tío ni se inmutó ni me miró cuando me quedé parada a su lado. Le tuve que pedir que me dejara pasar a mi asiento de ventanilla.
- Ah, claro - me miró, se despidió su interlocutor del teléfono y me dejó pasar.
Yo me puse a leer el periódico mientras el resto del pasaje se acomodaba y el avión empezaba a recorrer la pista. Pero yo no leía muy a gusto, porque mi compañero había decidido que mi periódico era muy interesante y lo leía alargando el cuello sobre mi hombro. Llamadme siesa, pero eso me molesta profundamente. Para fastidiarle y ver si se despegaba, pasé las hojas de deportes a toda leche (por los gritos de antes parecía que para él el fútbol era un tema de vida o muerte) y me detuve a leer los artículos económicos. Aún así el tío seguía mirando. Cerré el periódico y saqué mi libro. ¡Error!
- Perdona, ¿me puedes dejar el periódico para ver los deportes? - ja, si te tengo calado.
- Claro - y esbocé una pequeña sonrisa.
¡Otro error! había sido amable con él... y lo aprovechó. Echó un vistazo a la sección de deportes aún más rápido que el mío y decidió que yo le había dado carta blanca para hablar. Le dio igual que yo estuviera leyendo (¿interrumpir a alguien que está leyendo para entablar conversación? chaval, cómo se nota que en tu vida has cogido un libro).
- ¿Eres de Mallorca?
- Em, sí.
- Yo vivo en Madrid... blablabla.
- Ah. - yo sólo le respondía con monosílabos y con respuestas vagas, porque no quería hablar con él, pero me parecía muy maleducado no responderle o ser abiertamente borde. Como la charleta no le daba mucho juego y yo le estaba respondiendo con el mismo entusiasmo que un perezoso durmiendo, decidió cambiar de táctica y tratar de impresionarme:
- Yo voy a hacer un bolo a Mallorca. ¿Conoces la discoteca (...)?. Es que he salido en la televisión, en la serie (....) y soy el mánager del cantante (...). Y antes era jugador de fútbol de los equipos (..., ...., ...).
El pobre chaval debió quedarse frustrado, porque todas las respuestas que consiguió a su parrafada fueron: no conozco esa discoteca/ no salgo por la noche/ no veo esa serie/ no me gusta el fútbol. Pero no se desalentó y a pesar de que yo cada vez que daba por acabada la conversación con mi monosílabo y hundía la cabeza en mi libro, el tío le seguía intentando. Con lo cual tuve un maravilloso viaje de una hora en la que cada dos minutos el tío seguía intentando entablar conversación tirando cañas. Os pongo un pequeño extracto de las maneras en las que intentó seguir hablando conmigo:
- Uy, el despegue, es lo que más gusta... ahora vamos rápido... y más rápido... y subimos.
- ¿Sabes qué temperatura hace en Palma?
- ¡Cómo se mueve el avión! tienes miedo, ¿eh? se te nota que tienes miedo - lo que él había interpretado como un gesto de miedo era que yo me había frotado la frente a la par que pensaba "dios, menudo viajecito me va a dar este tío". Un lector de las almas humanas, vamos.
- ¿Tenemos que subir aún más?
- ¿Aquí pasan con el carrito?
- ¿Cuánto tardamos en llegar a Mallorca?
- ¿Esto que dan es gratis?
- ¿Te gusta la comida gallega?
-Menudo trabajo el de azafata... no hacen nada. Sólo se sientan ahí durante dos horas y se van a casa. Yo me cambiaba por ellas - dijo el mismo lumbreras inconsistente que me había dicho que su trabajo era un chollo que consistía en ir a una discoteca, hacerse un par de fotos y largarse o quedarse de marcha.
- ¿En este vuelo no van a hablar en español? pf.
- ¿Tienes que recoger el equipaje o ya lo llevas contigo?
- ¿Dónde vives en Palma? / ¿Dónde vives en Madrid?
-¿Queda mucho?
- Uy, la azafata es rubia. Qué tonta, es que todas las rubias son tontas. - me decía mientras miraba mi melena oscura.
- Uy el aterrizaje, es lo que más me gusta. Boing, boing, boing. - iba adelantando.
En ese momento ya no pude más. Hasta entonces había intentado llegar a una solución de compromiso conmigo misma: no ser una maleducada y contestar las preguntas, pero no alentarle, dando respuestas cortas y vagas, no continuar la conversación en ningún momento e intentar hacerle entender que quería leer bajando la cabeza y subiendo el libro. Pero después de una hora y pico encerrada en ese avión al lado de ese tío, estaba muy harta y decidí soltar mi último monosílabo, mandar mi educación a paseo, ignorarle, pegar la frente a la ventanilla y disfrutar la vista de la Serra de Tramuntana mientras él veía como único paisaje mi melenón oscuro, que parece que le había molado.
El boing-boing-boing me salvó. Esto NO es una exageración: dos segundos después de las ruedas del avión tocaran la pista de aterrizaje, mi pesado encendió sus dos móviles y se puso a hablar. La última imagen que vi de él fue su hucha peluda que pasó a pocos centímetros de mi cara cuando nada más pararse el avión salió escopetado.
Cuando mi madre me recogió se le ocurrió preguntarme:
- Hola, hija, ¿Qué tal el vuelo?
- ¡Mal! ¡Fatal! ¡Muy mal por tu culpa! ¡me has educado demasiado!