Prólogo:
Mi chunga particular y yo nos conocimos en Septiembre de 2001, cuando las Torres acababan de caer y el mundo se agitaba con un fondo de tambores de guerra contra una amenaza invisible. Era mi segundo año en la facultad y el primero suyo y coincidíamos en las (muchas) asignaturas que me había dejado de un año para otro. Lo que me llamó la atención de ella fue que algo bastante chorra: estábamos en clase hablando sobre no sé qué y le pregunté cúal era la velocidad media de una golondrina sin carga. Ella me siguió el chiste de los Monty Python y respondió con lo de ¿europea o africana? Era guapa y me caía bien pero yo había salido escaldado de un lanzamiento a la piscina sin agua hacía unos meses y, siguiendo la cobardía natural, esquivé llegar a más con ella. A los pocos meses ella estaba saliendo con otro compañero pero éramos amigos y todo ello me bastaba.
Acto I:
Saltemos adelante tres años. Ella había roto con el otro compañero, ex número 1, en el verano de 2002 y había conocido a otro chaval en su parroquia (su implicación con la religión debió ser mi primer signo de que nada iría bien, dado mi anticlericalismo y ateismo generalizado). Con este otro gachó se tiró cosa de dos años y pico, casi tres, y él le había llegado a pedir matrimonio, a lo que ella le dijo que cuando terminase la licenciatura. Pues bien, en Abril de 2004 rompieron. Ella se sentía agobiada y en estado de pánico. Lo de romper con este chaval, ex número 2, fue un trauma y allí estaba yo para recoger los trozos como un buen amigo (como un gilipollas, madre. Como un gilipo-o-o-o-llas - Krahe dixit-). Las cantidades de drama, llanto, historias de cómo su ex número 2 la intentaba relegar en las actividades de la parroquia y hacerle el vacío. Yo le argumentaba lo lógico: si no estaba contenta allí, no le reconocían el trabajo que hacía voluntariamente y además tenía al tipo éste jodiendo la marrana, más le valía dejarlo. Nones. Ella no se iba a mover de allí por los niños con que estaba y porque era su deber (terquedad y obstinación, en mi opinión, pero hay gente que no sabe cuando parar).
Pasó un mes y pico y estábamos en Mayo a las puertas de los exámenes. Un fin de semana, un sábado por la noche, holgazaneando en casa, aparece ella por messenger (instrumento de Satán, y no me refiero a Bill Gates) y empezamos a chorri-charlar. A eso de las 12 y pico ella escribe: "Siempre hemos hablado de lo que hubiera pasado si tú te me hubieras insinuado pero nunca de lo que hubiera pasado si te me hubiera insinuado". En ese momento, dentro de mi cerebro, todos los paneles de alarma brillaban como árboles de navidad y los encargados de la seguridad y cordura mental corrían desesperados de un lado al otro como si los comunistas hubiesen lanzado el primer ataque. Una hábil maniobra de cambio de tema intentó soslayar el tema y me fui directamente a dormir (donde dormir = dar vueltas en la cama hasta el amanecer).
Aquel domingo siguiente había quedado en casa de un amigo y le conté que sentía pánico porque aquello olía a desastre desde lejos. Llegamos a la conclusión de que debía alejar aquella idea de ella y de mí y que la situación en que estaba demostraba que era sólo miedo, desesperación y debilidad por parte de ella. Con un curso de acción claro y determinado enfrenté la idea de hablar y aclarar las cosas el lunes siguiente. Claro está, los propósitos se basaban en asunciones de lo más optimistas y elevadas y, como dijo Guderian, ningún plan de combate sobrevive al contacto con el enemigo.
Acto II:
El lunes siguiente, por la mañana, en el primer momento que pudimos entre clases, hablé con ella y aclaré la situación [risas enlatadas y plano de gente descojonándose de risa]. Ella reaccionó con una risa que, en perspectiva, resultaba de lo más falsa. Dimos la cosa por resuelta y ya. Pero cuando la avalancha ha comenzado es demasiado tarde para que los guijarros voten. Esa misma tarde, mientras estábamos dedicados a varias historias de trabajo conjunto, una idea traicionera pasó por mi cerebro, ofuscado por las hormonas de la respuesta de miedo y huída: "¿De verdad quieres quedarte toda tu vida con la duda?" (plano de un avión precipitándose en picado y sin control hacia el suelo). Me la quedé mirando por unos segundos y ella se me quedó mirando a mí con una actitud de espera. La sensatez decidió tomarse vacaciones y la besé. El primero fue torpe pero el segundo ya tuvo más arte (y sirvió para asegurar que todo se iría a tomar por saco, claro).
A partir de aquel momento, comenzó el viaje: ese mismo día, con la cabeza fría decidí que no merecía la pena joderlo todo así como así y el día siguiente dejamos claro que no, que aquello había sido un error, que ella estaba en un momento de debilidad, blah blah, yadda yadda y todo eso. El miércoles nos metimos mano y nos dedicamos a mordisquearnos mutuamente y yo decidí ya que a la mierda todo y que saltaba al vacío (que hooostiaaaaaaaaa...). El jueves decidimos que estábamos yendo de cabeza a un desastre y ella me decía que estaba agobiada. El viernes hizo manitas conmigo por debajo del pupitre durante la clase de física. Los exámenes por medio no ayudaban, claro, pero cuando nos encontrábamos todo era sobeteo y lenguas hasta la base de la epíglotis.
Esta situación se prolongó durante cosa de dos meses y todo era una lucha entre que yo estaba salido después de dos años de cobardía y pánico ante cualquier par de pechos tridimensional y que a ella yo le venía muy bien para darse el lote y sentirse apreciada cuando ella quería pero más no, que se agobiaba. Y he aquí que sus fuertes creencias religiosas incluían la virginidad hasta el matrimonio, así que mis esperanzas consistían en librar una guerra psicológica para lograr una ventana de oportunidad [plano de kamikazes marchando hacia sus aviones] y convencerla de que podía estar conmigo. La gracia estaba en que a ella le venía muy bien el instigarme para sentirse bien pero si le hablaba de ir en serio, enseguida salía disparada en sentido opuesto y todo ello me lo remitía a que no era la persona con la que se imaginaba casada, que no era su tipo de hombre y, en definitiva, y esto me lo dijo a la cara dejándome en estado de shock, que "no me veo lavándote los calzoncillos" (atentos, caballeros, si su chunga les dice algo parecido, tengan una respuesta preparada o alcanzarán tales cotas de patetismo como el que escribe y eso es prácticamente el fondo del barril).
Al final, cuando me quité la venda de los ojos y asumí que aquello no iba a llegar a ninguna parte y que lo que yo necesitaba/quería le importaba tres cojones, incluyendo cómo me sentía, la mandé a la mierda. Esto coincidió con las vacaciones del verano de 2004 y las cosas se quedaron en el vacío y conmigo sintiéndome miserable y deprimido porque tenía plena consciencia de que había sido un imbécil y la había cagado dejandome llevar. Aquello no podía empeorar [aquí es donde mi sentido común murió de un ataque de risa histérica].
Acto III:
Octubre de 2004. Volvemos a las clases y nos encontramos de nuevo. Y en el intervalo ella se ha buscado un repuesto para mí del que alardea en presencia de nuestras amistades comunes y delante mío. La justa indignación me recorre de punta a punta y se abren las hostilidades: desde ahora todo va cuesta abajo y no hay límites [¿Qué es lo mejor de la vida, Conan?]. Ella incluso se llevó al repuesto éste a clase. El chaval era de una localidad del sur del país y nosotros estamos más bien en el centro; por lo que sé se venía los fines de semana y se quedaba en casa de ella. En el cuarto de ella. Con el hermano en casa. Y los padres. Y su abuela. Lo de llevárselo a clase, pensé, no podía ser sólo para joderme a mí. Sin embargo, la forma sistemática en que aprovechaba siempre la presencia de nuestras amigas comunes para fardar era sospechosa, tenía que restregármelo teniendo la excusa de que había otra gente delante, porque no nos hablábamos, basicamente.
Al poco tiempo las cosas le reventaron en su cara porque, según parece, el repuesto, al que conoció por internet, le salió rana. No se dedicaba a lo que le había contado ni tenía la edad que le dijo ni nada de nada. Todo su transfondo era mentira y ella se lo había tragado con caña, sedal y anzuelo (la chunga chunguificada, por decir algo). Claro, a partir de eso hice sangre y me comporté como un cabrón con ella, devolviendo la pelota de la misma forma que hizo ella conmigo y humillándola en público, lo que sólo contribuyó a mi mayor patetismo aún y a que me sintiera mal conmigo mismo, por lo que acabé rompiendo con lo poco en lo que no estaba obligado a verla y empecé a ir a la loquera. Pse, llevé un poco mal que me utilizase, que nuestros años de amistad no hubiesen significado nada para ella y que quisiera ponerse por encima de mí.
Epílogo:
Casi tres años después de toda esa mierda psicótica de lucha pasivo-agresiva de duelos de humillación pública, sin cruzar ni palabra al cruzar por los pasillos de la facultad, ella me mandó un mensaje de móvil justo cuando estabamos en los finales de junio. No sé qué le había pasado en su vida ni me interesa pero el ataque de paranoia me dejó con unas hermosas hemorroides para el resto del mes (por cierto, ¿por qué esta mierda ocurre siempre durante los exámenes?). La respuesta, por e-mail, diciéndole que allá ella con su vida. Buenas noches y buena suerte, guapa. Por lo menos sé que no puedo caer mucho más bajo de lo que ya caí.