Continuamos el repaso a los Chungos de la Vida de las Lectoras de Quédate A Dormir con esta escalofriante historia que nos ha enviado Gato.
No es el más chungo de los chungos, pero tuvo su gracia. Ahora que me he puesto a recordarlo, creo que no sólo era chungo el chico… es que la época y yo eramos muy chungas también.
Es la historia de mi primer novio. Me duró nueve días… pero eso es adelantarnos a los acontecimientos…
En aquella época gloriosa yo contaba con catorce años. Vivía en una urbanización cercana a Ogíjares, bonito pueblo de la geografía granadina. Mis padres no me dejaban salir en Granada capital, así que todo lo que podíamos hacer mi amiga y vecina Nadia, y yo era salir en Ogíjares. Y como en todo pueblo que se precie, en Ogíjares había UNA DISCOTECA.
Ya sabéis, de esas bonitas, con bola de reflejos en la pista, con una decoración chunga de espejos encastrados en la pared formando franjas diagonales sobre un color salmón espantoso. Sofas de cuero rojo. Luces de todos los colores. Camarero cateto de pueblo chungo y chuleta que te perdona la vida cuando te pone la cerveza porque eres menor de edad.
Ya lo sé. De allí no podía salir nada bueno. Pero yo era joven, ese momento de la juventud en el que lo único que puede hacerte feliz es la palabra “sábado”. Creo que me entendéis.
Yo estaba superando que el tonto de Agustín no me hacía caso. Agustín era el guapo de la urbanización. Aspecto de James Dean en moreno. Era un chico muy tímido. Yo hice la estúpida deducción de que era muy cortado pero luego tenía una intensa vida interior. No, chicas, no os confundáis. Si un chico guapo no habla, es probable que no sea tímido y mono, es probable que sepa que es tonto del culo y prefiera callarse. Así liga más. Era el caso de Agustín, que el pobre era tonto. Aún recuerdo cuando Ana sí consiguió salir con él y se fueron por las huertas y Ana se tiró encima de las panochas de maiz para insinuarse. Volvía del campo con aires de orangután cabreado, con pajas enganchadas en el pelo y le dijo a mi hermano Fafo con una poderosa mezcla de frustración e indignación: “¡no m’ha hecho ná!”. Así era Agustín.
Pero me estoy desviando, porque el protagonista de ésta historia es Alejandro. Jandro para sus amigos -debí sospecharlo en cuanto supe el diminutivo, pero ¿debo recordaros que era joven e impresionable?-.
Yo, desengañada y despechada porque el tonto de Agustín pasaba de mí. Y aparece Jandro, un chico del pueblo, que trabajaba -no me preguntéis en qué… pero pronto os imaginaréis en qué no- y había hecho algunos extras como modelo, y le da por fijarse en mí. Sí, modelo, le habían llamado para un par de catálogos chungos, también, de ropa y había desfilado. Era alto, moreno de piel y de pelo, ojos verdes, mentón fuerte, perfil griego… muy guapo. Y era muy tímido. Sí, ya lo sé. También esto me debía haber hecho sospechar, tras la experiencia de Agustín, pero… yo era joven e impresionable.
El momento estrella en la discoteca sabéis cual era. Si hay gente de mi generación recordarán que se bailaba corriendo falsamente sobre la misma baldosa, como si estuvieras sobre una cinta en un gimnasio, y adelantando y atrasando los puños cerrados en perpendicular al tronco. Cuánto arte. Sí, la canción era ésta:
Yo entonces aún no había empezado a cuidar niños; no ganaba dinero con el que comprarme ropa y tenía que fangarles la ropa a mis hermanas mayores. No era intencionado, pero podía pasar perfectamente por otra más del pueblo. Leggins de los que se enganchaban con una goma en los pies. Zapatos de punta de payaso. Camisa y jersey amplios por arriba, suficientemente grandes como para taparme el culo astral. Coletero de tela en la cola de caballo. Flequillo esférico. Brutal. Era joven e impresionable. Y hortera ni te cuento. Y ahí estaba bailando éso. Qué valor.
Tampoco debí de fiarme de Aejandro por fijarse en mí en esas condiciones. Igual que Groucho Marx dijo que no pertenecería jamás a ningún club en que le admitiesen como socio. Pero ahí estaba. Alejandro me miraba y las amigas del pueblo de Nadia, que le conocían, se me iban acercando.
- Oye tú, que dice el Jandro que le pareces guapa.
- Ah -era una adolescente acomplejada que no acepta piropos porque seguro que eran falsos-. Pos vale.
Se volvían para el Jandro y le contaban. Volvían a venir.
- Oye, Gato, que dice el Jandro que le gustas. Que le gustas mucho.
- Dile que gracias, pero que no le conozco.
Se volvían para el Jandro y le contaban. Volvían a venir.
- Oye, que dice el Jandro que quiere conocerte. Ven que te lo vamos a presentar.
Y me arrastraron cada una de un brazo.
- Gato, Jandro, Jandro, Gato.
Nos dimos dos besos y nos quedamos mirando con cara de “habla tú”. Pero no hablamos. Los de alrededor nos miraban y se descojonaban. Al final Jandro se me puso al lado y me empezó a decir.
- ¿Tú de dónde ereh?
- De ahí de los cerezos, al lado de la calle Salinas.
- Ah. Yo vivo aquí abajo, por donde la farmacia.
- Ah. Mejor, aquí pasan más autobuses, ¿no?
- Sí, pero como trabajo aquí, casi no voy a Graná.
- Ah. Qué bien.
No es que me sintiera con un dardo en el corazón, pero dije “bueno, igual me tengo que dejar de romanticismos. Que no voy a ligar en la puta vida. Además, el tío está bueno”.
Salimos a la puerta y me cogió de una mano. “Que si quieres salir conmigo”. Parecía que se lo soplaban los amigos a la oreja, al pobre. Fue patético, pero lo que le contesté fue: “Bueno”. ¡Ahá, Ahora iba a saber lo que era salir con un tío! ¡¡Ahá!!
Me sonrió y me dio un beso en la mejilla. Después se puso colorado y se fue.
Al sábado siguiente, Nadia me dijo que se había encontrado al Jandro y le había dicho que nos veíamos en la discoteca. Que teníamos que ir. Repetí legguins pero me puse otro jersey que me costó unos cuantos gritos de mi hermana Oña, y terminé el efecto con brillo en los labios. Matadora.
En la discoteca, el Jandro me mandó recado con las del pueblo.
- Que dice el Jandro que vayas.
- Dile al Jandro que venga él si quiere, que yo estoy bien aquí.
Se volvían para el Jandro y le contaban. Volvían a venir.
- El Jandro está mosqueado, porque tú no vas. Dice que si es que no te acuerdas de que estáis saliendo.
Me sentí culpable y fui. Jandro me sonrió y me volvió a coger la mano. Me dijo “¿Nos sentamos?”, pero la pregunta era retórica porque me había hundido en uno de aquellos sofás de los que jamás quisiera saber en un capítulo de CSI. Recordad, discoteca de pueblo.
Entonces fue cuando me desveló su verdadera personalidad. Era tonto del capirote. Yo escuchaba, asentía y sonreía, pero no podía decir nada. Ahora lo comprenderéis.
- Eres muy guapa.
- …
- Eres… la más guapa que hay ahora mismo aquí -y paseando la mano en plan torero- en todo este sitio.
- …
- Dame un beso.
- Me da vergüenza.
- Venga, en la cara.
- …
- Venga…
- Muack.
- Eres… la más guapa que hay en el pueblo. Que nadie se meta contigo que le pego. Si alguien te insulta o te dice algo… me avisas, que me lo cargo.
- ¡…!
- Yo te defiendo, ¿vale? Si alguno de éstos dice… dice que su novia es más guapa que tú, le doy, ¿saes? Que es más guapa que tú, qué tontería. Vamos, que tengo una pistola en casa. Que cojo la pistola y me lo cargo.
- ¿Me puedo ir con Nadia a bailar?
- Vale, pero que yo te vea.
- …
Nadia me convencía mientras tanto de que Jandro era muy buena gente. Si estaba claro. No era violento. Sólo gilipollas. Al salir de la discoteca me agarró de la cintura y me besó. Un beso torpe, apretado y sin lengua. Yo hice palanca con las manos y me separé.
- ¡Qué vergonzosa eres, jajaj!
Y Nadia y yo nos fuimos.
El domingo le escribí una carta. “Lo siento, pero ya no me gustas. Perdona si te hago daño, pero corto” decía, básicamente. Pa un tonto, un apoyaor, que dicen en mi pueblo. Se la dí a Nadia. Nadia se cabreó de llevar una carta de cortar al Jandro y me dijo que era la última vez que hacía algo así. Yo le garanticé que no volvería a suceder. La próxima vez trataría de hablar con el tipo en cuestión un par de minutos al menos, antes de aceptar una invitación a salir. Sí, sería mejor.
Estos fueron mis inicios con los hombres. Lo que explica muchas cosas.
Y es que como bien decía mi abuela, quién mal anda, mal acaba…