En la casa vecina (pero de otro bloque) hemos tenido unos cuantos vecinos particulares.
Hace tiempo, vivía una pareja muy aficionada a la bachata y a otras músicas latinas que nos amenizaban los días, las siestas y las noches con su maravillosa música a todo volumen. Hasta que un día, después de una fiesta especialmente ruidosa que duró hasta las tantas, se escuchó una discusión a grito pelado entre la parejita unida por la bachata. Después se hizo el silencio.
A la mañana siguiente, cuando me desperté y subí la persiana, me encontré un espectáculo digno de una peli de Almodóvar: parecía que una nube de tormenta había descargado sobre nuestra calle, pero no agua, sino camisetas, pantalones y calzoncillos. La señora bachatera había decidido echar de casa al señor bachatero y tiró toda su ropa (incluidos zapatos y una maleta) por el balcón. No puedo negar que la imagen era curiosa: todos los coches, la acera y la calzada estaban cubiertos de ropa (porque la señora se encargó de desperdigarlos en un radio de quince metros, en una interesantísima dispersión que se acercaba a la obra de arte). El señor se fue con su ropa a otra parte y lo mejor de todo es que se debió de llevar también la bachata con él, porque a partir de entonces reinó el silencio.
Hasta ahora.
Ahora tengo por vecinitos un mínimo de dos o tres críos. Quizás algún adulto viva con ellos, pero no lo puedo asegurar porque no he visto ninguno. La primera vez que tuve noticias suyas fue hace un par de semanas. Estaba plácidamente durmiendo mi SSS, cuando me medio despertaron unos aullidos.
- ¡Socorrooooo! ¡Sacadme de aquíiiiiiiiiiiii! ¡Dejadme salir!!!
Tardé bastante en reaccionar. La voz (infantil) seguía gritando, pero yo estaba demasiado dormida y me costó darme cuenta de que - hello - no era que yo estuviera soñando (luego me hizo pensar en que, si hubiera sido una urgencia de verdad, hubiera sido una pésima rescatadora). Cuando conseguí levantarme del sofá y salir al balcón para ver de dónde venían los gritos, me encontré en el balcón de al lado a un niño enano, de unos cuatro años, pelado, regordete y con cara de mala leche, que era el que gritaba. Le habían dejado encerrado en el balcón, sin poder entrar en la casa y estaba haciendo saber a toda la calle su situación. Cuando salí el niño se calló y me miró. Acto seguido, se levantó un poco la persianita de la casa y desde dentro otra carita de niño - este de unos seis años, de pelo muy rizado - se asomó y me miró. Viendo que estaban jugando o algo así, me metí a casa. No se volvieron a oír gritos.
Pero con el comenzar de las vacaciones escolares (las suyas y las mías) tengo muy presentes a los críos. Porque les gusta el balcón. Les encanta estar en el balcón e interactuar con los vecinos. Sólo llevo sin madrugar tres días y ésta ha sido la secuencia:
Martes
Hay obras en el edificio de al lado. A las ocho y media de la mañana empiezan a picar. A esa hora yo ya estoy despierta y creo que los niños también: el de la cabeza rizosa sale al balcón para gritar a los obreros:
- ¡CALLAOS! QUIERO DORMIR. ¡PARAD! ¡PARAD YA!
No es nada que no quisiera hacer yo y todo el vecindario, la verdad. Pero es que el niño de la cabeza de rizos no es el otro, que a partir de ahora será nombrado como Evil Niño.
Miércoles
Ocho y cuarto de la mañana. Evil Niño va gritando a todo el que pasa por la calle, en la siguiente secuencia:
Paso uno:
- ¡AAAAAAAGGHHHHH! - grita a cada señor/a que pasa por la calle. Primero les asusta aullándoles desde el balcón, intentando jugar el factor sorpresa
Paso dos:
- ¡Gilipoll*s! ¡que te pillan! ¡Gilipoll*s! -una vez que les ha sorprendido o por lo menos ha llamado su atención, intenta acabar con su autoestima, jugando la baza de la desmoralización.
Después les deja ir, ya hundidos en la miseria o, por lo menos, desconcertados.
Jueves
Evil Niño ha cambiado la táctica. Estoy sentada en el sillón a las nueve menos diez y oigo como el Evil Niño hace el ruido de - oh, por dios, me da asco sólo escribirlo - sacar un gargajo o como se diga. Lo que no sé es si después escupe de verdad o no. Después finge tener arcadas, supongo que buscando una escena como la de Gordi de los Goonies en el cine. Repite la secuencia en muy alto bastantes veces. Supero el asco y me asomo. Los viandantes huyen espantados. Yo me alegro de que los barrotes de su balcón, que llegan a mi cintura pero que le sacan veinte centímetros de altura a él, me protejan del Evil Niño.
Dios, sólo han sido tres días (y pocas horas) porque después empieza a dar la solana en el balcón y no hay quien esté y ya tengo para un post. Pero vamos, que a este paso mi calle va a ser la calle menos transitada de Chonilandia, con todos los chonilandeses huyendo de Evil Niño y se va a quedar sin material (o quizás se convierta en la más transitada, si nos inspiramos en las atracciones del zoo). Y la pregunta del millón: ¿Qué se inventará Evil Niño mañana para intentar liarla parda?
Y mientras escribo esta última frase oigo como Evil Niño grita a una señora que pasa con un carrito de la compra "¡ADIOS, ZORRITA!".
Hace tiempo, vivía una pareja muy aficionada a la bachata y a otras músicas latinas que nos amenizaban los días, las siestas y las noches con su maravillosa música a todo volumen. Hasta que un día, después de una fiesta especialmente ruidosa que duró hasta las tantas, se escuchó una discusión a grito pelado entre la parejita unida por la bachata. Después se hizo el silencio.
A la mañana siguiente, cuando me desperté y subí la persiana, me encontré un espectáculo digno de una peli de Almodóvar: parecía que una nube de tormenta había descargado sobre nuestra calle, pero no agua, sino camisetas, pantalones y calzoncillos. La señora bachatera había decidido echar de casa al señor bachatero y tiró toda su ropa (incluidos zapatos y una maleta) por el balcón. No puedo negar que la imagen era curiosa: todos los coches, la acera y la calzada estaban cubiertos de ropa (porque la señora se encargó de desperdigarlos en un radio de quince metros, en una interesantísima dispersión que se acercaba a la obra de arte). El señor se fue con su ropa a otra parte y lo mejor de todo es que se debió de llevar también la bachata con él, porque a partir de entonces reinó el silencio.
Hasta ahora.
Ahora tengo por vecinitos un mínimo de dos o tres críos. Quizás algún adulto viva con ellos, pero no lo puedo asegurar porque no he visto ninguno. La primera vez que tuve noticias suyas fue hace un par de semanas. Estaba plácidamente durmiendo mi SSS, cuando me medio despertaron unos aullidos.
- ¡Socorrooooo! ¡Sacadme de aquíiiiiiiiiiiii! ¡Dejadme salir!!!
Tardé bastante en reaccionar. La voz (infantil) seguía gritando, pero yo estaba demasiado dormida y me costó darme cuenta de que - hello - no era que yo estuviera soñando (luego me hizo pensar en que, si hubiera sido una urgencia de verdad, hubiera sido una pésima rescatadora). Cuando conseguí levantarme del sofá y salir al balcón para ver de dónde venían los gritos, me encontré en el balcón de al lado a un niño enano, de unos cuatro años, pelado, regordete y con cara de mala leche, que era el que gritaba. Le habían dejado encerrado en el balcón, sin poder entrar en la casa y estaba haciendo saber a toda la calle su situación. Cuando salí el niño se calló y me miró. Acto seguido, se levantó un poco la persianita de la casa y desde dentro otra carita de niño - este de unos seis años, de pelo muy rizado - se asomó y me miró. Viendo que estaban jugando o algo así, me metí a casa. No se volvieron a oír gritos.
Pero con el comenzar de las vacaciones escolares (las suyas y las mías) tengo muy presentes a los críos. Porque les gusta el balcón. Les encanta estar en el balcón e interactuar con los vecinos. Sólo llevo sin madrugar tres días y ésta ha sido la secuencia:
Martes
Hay obras en el edificio de al lado. A las ocho y media de la mañana empiezan a picar. A esa hora yo ya estoy despierta y creo que los niños también: el de la cabeza rizosa sale al balcón para gritar a los obreros:
- ¡CALLAOS! QUIERO DORMIR. ¡PARAD! ¡PARAD YA!
No es nada que no quisiera hacer yo y todo el vecindario, la verdad. Pero es que el niño de la cabeza de rizos no es el otro, que a partir de ahora será nombrado como Evil Niño.
Miércoles
Ocho y cuarto de la mañana. Evil Niño va gritando a todo el que pasa por la calle, en la siguiente secuencia:
Paso uno:
- ¡AAAAAAAGGHHHHH! - grita a cada señor/a que pasa por la calle. Primero les asusta aullándoles desde el balcón, intentando jugar el factor sorpresa
Paso dos:
- ¡Gilipoll*s! ¡que te pillan! ¡Gilipoll*s! -una vez que les ha sorprendido o por lo menos ha llamado su atención, intenta acabar con su autoestima, jugando la baza de la desmoralización.
Después les deja ir, ya hundidos en la miseria o, por lo menos, desconcertados.
Jueves
Evil Niño ha cambiado la táctica. Estoy sentada en el sillón a las nueve menos diez y oigo como el Evil Niño hace el ruido de - oh, por dios, me da asco sólo escribirlo - sacar un gargajo o como se diga. Lo que no sé es si después escupe de verdad o no. Después finge tener arcadas, supongo que buscando una escena como la de Gordi de los Goonies en el cine. Repite la secuencia en muy alto bastantes veces. Supero el asco y me asomo. Los viandantes huyen espantados. Yo me alegro de que los barrotes de su balcón, que llegan a mi cintura pero que le sacan veinte centímetros de altura a él, me protejan del Evil Niño.
Dios, sólo han sido tres días (y pocas horas) porque después empieza a dar la solana en el balcón y no hay quien esté y ya tengo para un post. Pero vamos, que a este paso mi calle va a ser la calle menos transitada de Chonilandia, con todos los chonilandeses huyendo de Evil Niño y se va a quedar sin material (o quizás se convierta en la más transitada, si nos inspiramos en las atracciones del zoo). Y la pregunta del millón: ¿Qué se inventará Evil Niño mañana para intentar liarla parda?
Y mientras escribo esta última frase oigo como Evil Niño grita a una señora que pasa con un carrito de la compra "¡ADIOS, ZORRITA!".