MANAZAS

Yo, Be, me he cargado la plantilla milenaria de QaD por torpe y con un solo clic. Me autoflagelo ante mis copropietarias y me comprometo a dejarla lo más parecida posible, si no mejor. ¡Palabra!

jueves, septiembre 30, 2010

Comienzo de curso

Ya ha empezado el nuevo curso. En los primeros días toca hacer exámenes, pedir ejercicios y preguntar mucho en clase para hacerse una idea del nivel de los alumnos. Hay que tantear cómo son los grupos y conocer a todos los chavales. Eso pasa por aprenderse los nombres de todos con la mayor celeridad posible, aunque simplemente sea por razones prácticas: es mucho más sencillo decir "¡Gwendi, cállate!" que "¡niña de la camiseta rosa de la tercera fila, cállate!".

Yo soy bastante buena aprendiéndome los nombres de los alumnos, tengo buena memoria para eso. El primer día paso lista y voy preguntando, alumno por alumno, cómo quieren que les llame o cómo se pronuncia su nombre y lo apunto. Puede parecer absurdo, pero el 75% de mis alumnos tienen dos nombres, muchos de ellos no usuales por aquí, con pronunciación rara (nunca acierto con los pobres alumnos chinos) o con ortografías extrañas (puede parecer sencillo escribir "Estefanía", pero no os podéis ni imaginar cuántas variaciones que incluyen nn, y, St, ff, ph he podido llegar a ver en ese simple nombre, que lees Steffannya y te quedas de piedra). Así me evito algunas jugaditas cutres de intento de escaqueo:

- Kevin, haz el ejercicio.

- ...

- Kevin, he dicho que hagas el ejercicio.

- ¿Quién, yo?

- Sí, tú. ¿No te llamas Kevin?

- No, yo soy Jonathan.

- A ver... en la lista pone que eres Kevin Jonathan.

- Ya, pero me llaman Jonathan.

- De acuerdo, Jonathan, haz el ejercicio... ahora que lo pienso... ¿tú no me firmaste el examen como Kevin?

- Sí, bueno, todo el mundo me llama Kevin.

Yo voy conociendo a los alumnos... y ellos me van conociendo a mí. El segundo día de clase, expliqué el tema de la actividad económica y la diferencia entre bienes y servicios. Me lié a poner ejemplos y no sé muy bien cómo, me encontré diciendo:

- A ver, chicos, si yo os digo que yo os hago un servicio ¿a qué me refiero?

Evidentemente, el campo semántico de "educación" no fue el primero que se les pasó por la cabeza a esa clase llena de adolescentes hormonados y la carcajada se oyó hasta en Tombuctú.

Me temo que este año va a ser de traca.

sábado, septiembre 18, 2010

El León, rezando (Vacacionacas en Estambul 2,5/5)


El otro día se me pasó poner una foto de León, así que la traigo hoy.

Está sacada cinco minutos antes de conocerle. Entramos en una mezquita que en principio no estaba en nuestro top 20 de visita obligada, pero que fue una de las que más nos gustó. No era la más grande, ni la más antigua, ni la más bonita. Todo estaba lleno de luz y de silencio. Y sólo había una persona dentro, un hombre, rezando.


Cuando terminamos de ver la mezquita y sus alrededores, León había terminado de rezar. Hablamos, primero en inglés y luego en español. Aún no sabíamos que se llamaba así, porque nos dijo su nombre en turco. Pero luego fuimos a su tienda, a ver cómo vendía abrigos de piel a los rusos. Nos dijo que su nombre en español significaba León. Nos invitó a unos tés y hablamos de la familia, del amor, de la religión, de la vida.

Pero eso ya os lo he contado.

miércoles, septiembre 15, 2010

Folios en blanco

Hay hallazgos que se asemejan a que te caiga una maceta de geranios en la cabeza cuando vas andando por la calle: son inesperados y te dejan ko. Yo hice uno de esos hallazgos hace unos días en Palma, justo antes de volver de mis vacaciones. El ko no me duró más que un minuto, pero me recordó cómo un objeto del pasado puede tener la capacidad de volverte el estómago del revés como si te hubieran dado una patada karateka al más puro estilo de jugador de fútbol holandés.

Estaba en Palma, en mi cuarto de siempre, con todas mis cosas más una pila inmensa de mi hermano, que ha "okupado" toda mi mesa, sus alrededores y mis estanterías. Sus trastos han hecho que mis cajones queden cegados y la mesa invisible a los ojos humanos. Una mañana me levanté pronto y energética y decidí planificar mi estudio para los exámenes de septiembre. Sorteando las cosas de mi hermano pude abrir un poco un cajón en el que creía recordar que había unas libretas viejas, para poner por escrito un planning para los exámenes (que nunca cumplí, como de costumbre). La ranura no era muy amplia, pero sí lo suficiente como para colar la mano y encontrar un taquito de folios.

Al sacarlos y abrir en abanico el taco, me di cuenta de que, enmedio de todos aquellos folios en blanco, había dos escritos. Dos borradores de cartas.

Aclaro que eso me suele ocurrir con relativa frecuencia, ya que siempre me ha gustado escribir y además era un desahogo muy terapéutico. Escribía en diarios, en folios sueltos, en trocitos de papel perdidos, en márgenes de apuntes o libros... Cuanto más abrumada estaba, más necesitaba soltar por escrito mis angustias, así que mis notitas no suelen ser del tipo “qué feliz soy” o “cuánto le quiero”, sino más bien el reflejo de mi faceta drama queen, pero desbocada y sin frenos: son búsquedas absurdas de respuestas (ya que las preguntas nunca llegarían a ser hechas a nadie) o frases demoledoras escritas desde una desesperación que, gracias a Dios, ya no conozco. Muchos de esos papeles quedaron perdidos entre cosas varias y cuando, aún hoy los voy encontrando, los recojo y los voy uniendo al montón de papelitos semejantes que tengo y los aparto, para que no vuelvan a asaltarme por sorpresa más. Porque además, todo sea dicho, la calidad literaria de mis desahogos es patética y a menudo me da vergüenza haber podido llegar a ser tan cursi, dramática, pedante y relamida (ramalazos que aún hoy intento contener, pero no hay manera, la naturaleza se me sale por todas partes. Y me horroriza ser todo eso).

Volviendo a las cartas que encontré, no tenían fecha, pero por lo que cuento en ellas fueron escritas en Palma en el verano de hace diez años. La primera iba dirigida al chungazo de mi vida, con el que tuve una larga relación que fue degenerando hasta convertirse en el infierno en la tierra. La segunda iba dirigida a mi bella S., contándole cómo había ido la visita del chungazo a mi casa.

Al leerlas me quedé helada. Ya no suelo encontrar cosas de esa época sueltas por ahí, un tiempo después de romper con él hice una limpieza concienzuda, las retiré y las tengo guardadas en lo más profundo y lo más alto de un armario, sepultadas debajo de un montón de ropa. Pero estas cartas se me debieron pasar y ahí estaban, de nuevo en mis manos. Las cartas eran de un momento en el que la relación con mi chungo ya era muy complicada, pero aún no había llegado al punto de ser la hecatombe que fue. Nos quedaban por delante dos años y pico infernales.

Y ahí estaba yo, leyendo la carta insustancial que una Misia diez años más joven escribía, cuando aún no tenía mucha idea de todo lo que se le venía encima. A esas alturas yo debería haber estado sobre aviso y haber salido corriendo en dirección contraria: había mil indicios que contaban a gritos que aquella relación era tóxica - por ejemplo, en la carta a la bella S. una frase dice "la visita ha estado bien, no hemos discutido demasiado". ¿Demasiado? la madre del cordero, yo era idiota - pero creo que en aquel momento se juntaron una serie de factores que hicieron que aquello se alargara y empeorara sin que yo le pusiera remedio en el momento justo: era mi primera relación seria, tenía menos experiencia y criterio detectando chungueces, era muy tozuda, era un desastre comunicándome y tenía extrañas ideas sobre las oportunidades que te da la vida.

En fin, que leí ese papel recién llegado del pasado y lo único que me salía era gritarle a la chica que escribió la carta: "¡corre, pobre incauta, corre!¡huye ahora que puedes!". No hubiera servido de nada gritarle, me temo: la Misia del pasado era terca como una mula y no escuchaba demasiado. Me dio un poco de lástima esa chica: con tanta pena por pasar, tan pardilla, tan boba (bueno, y a saber qué le depara el futuro a esta Misia actual, que nunca se sabe).

Por otra parte, por muy punzante y helador que resulte recordar momentos que quiero olvidar, también es un motivo de orgullo: conseguí librarme de toda esa mierda y aprender mucho sobre mí misma y sobre cómo quería vivir mi vida. Y es reconfortante: ahora estoy muy bien, estoy muy lejos de aquello y no pienso volver.