Hay hallazgos que se asemejan a que te caiga una maceta de geranios en la cabeza cuando vas andando por la calle: son inesperados y te dejan ko. Yo hice uno de esos hallazgos hace unos días en Palma, justo antes de volver de mis vacaciones. El ko no me duró más que un minuto, pero me recordó cómo un objeto del pasado puede tener la capacidad de volverte el estómago del revés como si te hubieran dado una patada karateka al más puro estilo de jugador de fútbol holandés.
Estaba en Palma, en mi cuarto de siempre, con todas mis cosas más una pila inmensa de mi hermano, que ha "okupado" toda mi mesa, sus alrededores y mis estanterías. Sus trastos han hecho que mis cajones queden cegados y la mesa invisible a los ojos humanos. Una mañana me levanté pronto y energética y decidí planificar mi estudio para los exámenes de septiembre. Sorteando las cosas de mi hermano pude abrir un poco un cajón en el que creía recordar que había unas libretas viejas, para poner por escrito un planning para los exámenes (que nunca cumplí, como de costumbre). La ranura no era muy amplia, pero sí lo suficiente como para colar la mano y encontrar un taquito de folios.
Al sacarlos y abrir en abanico el taco, me di cuenta de que, enmedio de todos aquellos folios en blanco, había dos escritos. Dos borradores de cartas.
Aclaro que eso me suele ocurrir con relativa frecuencia, ya que siempre me ha gustado escribir y además era un desahogo muy terapéutico. Escribía en diarios, en folios sueltos, en trocitos de papel perdidos, en márgenes de apuntes o libros... Cuanto más abrumada estaba, más necesitaba soltar por escrito mis angustias, así que mis notitas no suelen ser del tipo “qué feliz soy” o “cuánto le quiero”, sino más bien el reflejo de mi faceta drama queen, pero desbocada y sin frenos: son búsquedas absurdas de respuestas (ya que las preguntas nunca llegarían a ser hechas a nadie) o frases demoledoras escritas desde una desesperación que, gracias a Dios, ya no conozco. Muchos de esos papeles quedaron perdidos entre cosas varias y cuando, aún hoy los voy encontrando, los recojo y los voy uniendo al montón de papelitos semejantes que tengo y los aparto, para que no vuelvan a asaltarme por sorpresa más. Porque además, todo sea dicho, la calidad literaria de mis desahogos es patética y a menudo me da vergüenza haber podido llegar a ser tan cursi, dramática, pedante y relamida (ramalazos que aún hoy intento contener, pero no hay manera, la naturaleza se me sale por todas partes. Y me horroriza ser todo eso).
Volviendo a las cartas que encontré, no tenían fecha, pero por lo que cuento en ellas fueron escritas en Palma en el verano de hace diez años. La primera iba dirigida al chungazo de mi vida, con el que tuve una larga relación que fue degenerando hasta convertirse en el infierno en la tierra. La segunda iba dirigida a mi bella S., contándole cómo había ido la visita del chungazo a mi casa.
Al leerlas me quedé helada. Ya no suelo encontrar cosas de esa época sueltas por ahí, un tiempo después de romper con él hice una limpieza concienzuda, las retiré y las tengo guardadas en lo más profundo y lo más alto de un armario, sepultadas debajo de un montón de ropa. Pero estas cartas se me debieron pasar y ahí estaban, de nuevo en mis manos. Las cartas eran de un momento en el que la relación con mi chungo ya era muy complicada, pero aún no había llegado al punto de ser la hecatombe que fue. Nos quedaban por delante dos años y pico infernales.
Y ahí estaba yo, leyendo la carta insustancial que una Misia diez años más joven escribía, cuando aún no tenía mucha idea de todo lo que se le venía encima. A esas alturas yo debería haber estado sobre aviso y haber salido corriendo en dirección contraria: había mil indicios que contaban a gritos que aquella relación era tóxica - por ejemplo, en la carta a la bella S. una frase dice "la visita ha estado bien, no hemos discutido demasiado". ¿Demasiado? la madre del cordero, yo era idiota - pero creo que en aquel momento se juntaron una serie de factores que hicieron que aquello se alargara y empeorara sin que yo le pusiera remedio en el momento justo: era mi primera relación seria, tenía menos experiencia y criterio detectando chungueces, era muy tozuda, era un desastre comunicándome y tenía extrañas ideas sobre las oportunidades que te da la vida.
En fin, que leí ese papel recién llegado del pasado y lo único que me salía era gritarle a la chica que escribió la carta: "¡corre, pobre incauta, corre!¡huye ahora que puedes!". No hubiera servido de nada gritarle, me temo: la Misia del pasado era terca como una mula y no escuchaba demasiado. Me dio un poco de lástima esa chica: con tanta pena por pasar, tan pardilla, tan boba (bueno, y a saber qué le depara el futuro a esta Misia actual, que nunca se sabe).
Por otra parte, por muy punzante y helador que resulte recordar momentos que quiero olvidar, también es un motivo de orgullo: conseguí librarme de toda esa mierda y aprender mucho sobre mí misma y sobre cómo quería vivir mi vida. Y es reconfortante: ahora estoy muy bien, estoy muy lejos de aquello y no pienso volver.